Migrar, la incertidumbre sin fecha de caducidad

Texto e Imágenes Aline Corpus /Info Savia

Ciudad Juárez, Chih.- Trepados sobre la plataforma de un vagón del tren entre Chihuahua y Ciudad Juárez, Jesús, Luis y su “flaca”, con su pequeño hijo de tres años, saludan a la distancia, su cabello se mueve entre ráfagas de aire frío que también cruzan el desierto polvoso.

Los cuatro venezolanos forman parte de un grupo de unos 300 migrantes que desafían la gravedad en los techos de los vagones del tren de Ferromex avanzando a 60 kilómetros por hora entre las montañas de Chihuahua.

Es la imagen del intento de última hora por alcanzar a cruzar a Estados Unidos antes de que concluya la política del Título 42 – el 11 de mayo-, una medida usada por sanidad desde marzo del 2020 que permitía a migrantes ingresar a Estados Unidos varias veces sin un procedimiento legal extenso que los mantuviera en centros de internamiento.

Ante el anuncio por el Gobierno de Joe Biden -y con el reporte incesante de fallas en la aplicación CBP One para obtener asilo en EU- cientos de migrantes coinciden en el viaje entre los rieles, provienen de largas jornadas de caminata entre Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala, El Salvador, México.

Esta crisis migratoria es más que palpable en Ciudad Juárez, donde hay un campamento improvisado instalado en el desierto entre México y Estados Unidos, sin servicios sanitarios dignos, sin agua y mucho menos alimento.

Viajar entre fierros

Son las 16:30 horas, el sol de Chihuahua ya pega con fuerza en el desierto. Apenas con una pequeña mochila a su espalda, unas galletas y un refresco en el estómago, Jesús Rueda Mendoza, de 26 años, originario de Estado Portuguesa, en la República Bolivariana de Venezuela, consigue una cobija para formar una pequeña “casita” en un vagón descubierto, donde viajan niños, mujeres, y muchos hombres jóvenes como él.

“Ahí viene el frío”, dice, mientras espera en medio del desierto porque el maquinista está cambiando de motor y Jesús aprovechó para pedir agua a los automovilistas que van de la ciudad de Chihuahua a Ciudad Juárez.

Las diferentes mantas y cobijas en el tren forman un colorido tendedero, como banderas ondeantes hacia una batalla.

Aunque su alimento consiste en galletas y refrescos, la juventud de Jesús le da agilidad a su cuerpo, y después de usar varios trenes, ya ha tomado experiencia en cómo montarse en el techo de los vagones.

“La situación económica en mi país fue cayendo poco a poco, ya no se podía comer, el salario semanal eran 20 dólares (unos 350 pesos), como yo y muchos paisanos tomamos la decisión de cambiar nuestro futuro, para nuestros hijos y nuestras madres, que ya no estén pensando en la dictadura”, explica el joven.

“Lastimosamente Venezuela ya no es libre como antes, nosotros, sus hijos, tenemos que salir a buscar un sueño donde literalmente en esos países no nos quieren a nosotros”, añade.

Para la clase obrera, comprar leche en Venezuela es imposible, dice, cuesta entre 25 y 30 dólares.

“Los 20 dólares a la semana alcanzan para comprar (lo que allá se llama) un ‘combo’ de queso, jamonada, dos harinas, espagueti, un suero por 5 dólares, y dos (bolsitas de) arroz, y se acabaron los 20 dólares, pero nunca alcanza para la leche”, platica.

Sus ojos grandes se ven aún más enormes porque ya contrastan con la piel pegada a los huesos. Delgado, con el cabello enredado por el polvo, Jesús sonríe cuando recuerda a su hijo de tres años.

El joven tenía experiencia laboral en “delivery”, como él dice, o el trabajo de entregar paquetes y comida en motocicleta en Chile, pero ahí también la economía comenzó a decaer y decidió dirigirse hacia EU, como miles de sus compatriotas.

En Costa Rica conoció a Matías, un jovencito de 19 años que platicaba cómo quería mejorar las condiciones económicas de su mamá.

Ya en México, ambos tuvieron que alcanzar corriendo al tren en Huehuetoca, municipio del Estado de México, porque éste no para siempre. Jesús y Matías sabían que iban contra reloj, para alcanzar a llegar antes del 11 de mayo a la frontera.

Las galletas y el agua de las últimas semanas no les daban suficiente energía, pero en un gran esfuerzo Jesús alcanzó a saltar y “pegarse” a los fierros entre vagón y vagón, volteó hacia Matías y lo apuró.

“¡Mueve, muevee!”, gritó Jesús.

Contento porque Matías también alcanzó a sujetarse al vagón, Jesús comenzó a grabarlo mientras aquél subía por una escalinata.

En segundos, Jesús incrédulo: Un espectacular a lado de la vía del tren golpeó a Matías por la espalda, el muchacho cayó de la escalinata muerto.

En cuanto pudo, Jesús llamó por teléfono a la familia de Matías, pero quizá por la negación del accidente, la mamá del joven no le creyó.

“Tuve que sacar el video”, recordó Jesús, “veníamos viajando juntos desde Costa Rica, uno queda un poco mal desde esas tragedias, porque uno forma familia en estos caminos”.

Bocas secas

Además de su hijito de tres años, la pareja de venezolanos, Luis y su “flaca”, cuidan de un grupo de unos 20 compatriotas. La pareja no quiere dar sus nombres, y menos los apellidos, porque la esposa de Luis dice que trabajaba en el Gobierno de Venezuela.

Tras viajar por cuatro días en el tren desde el Estado de México, el grupo de venezolanos llega casi a la media noche del 1 de mayo, ya sin dinero, a una estación ferroviaria en la periferia de Ciudad Juárez, Chihuahua, localmente conocida como “el kilómetro 20”, donde también ocasionalmente concurren “polleros”.

De voz en voz y por redes sociales, los venezolanos se enteraron de una fila para “entregarse” al Gobierno de Estados Unidos. Hay que ir hasta la puerta número 40 del bordo, es decir, caminar otros 12 kilómetros desde la última estación del ferrocarril en Ciudad Juárez hasta la frontera donde supuestamente la “migra” los recibe. Para cuando el grupo llega, ya es 2 de mayo.

Desde esa fecha, han pasado siete días. No hay forma de entregarse por la puerta 40, no hay agentes de migración recibiendo a nadie desde el lunes 1 de mayo, por el contrario, en el lugar solo hay unos cuantos arbustos y poquísimos árboles de Palo Verde, una especie desértica que crece a lado de las aguas del Río Bravo, el líquido fangoso, posee además un intenso olor a podredumbre.

En la puerta 40, a la que solo pueden acceder los migrantes, oficiales de migración y algunos reporteros estadounidenses, se improvisó un campamento. Ahí no hay arbustos ni árboles, pero sí decenas de niños de diversas edades.

Agentes de la policía estatal en vehículos sin logos, a cargo del Gobernador republicano Greg Abbott, revisan el campamento cada 30 minutos, levantando el polvo que se impregna en la piel de los migrantes.

La travesía que aún no termina

A Luis no le gusta hablar del viaje en el tren. “He visto demasiados muertos”, menciona cuando asoman lágrimas en sus ojos. Pero reconoce que la travesía está lejos de concluir, el campamento migrante, donde hay entre 400 y 600 personas cada día, también es amenazado por grupos criminales.

“Hemos arriesgado la vida de nuestros hijos, de nuestras mujeres, de familiares, hemos visto a varios familiares morir en el camino, también a medida que hemos avanzado en la travesía hemos tenido muchas personas que nos quieren extorsionar, siempre tienen una xenofobia con los venezolanos”.

La injusticia no termina, asegura.

“Estábamos dormidos como a las 2 de la madrugada (en el campamento), cuando una persona fuertemente armada correteó a gente, hay familias secuestradas, y hay una señora que cada rato se desmaya porque su hijo fue a buscar comida y ya no aparece”.

“La gente delincuente llega con dos, tres carros y armamento”, describe, “la gente no sale (del campamento) porque hay miedo de que los puedan secuestrar, y luego matar, a una chica la golpearon y violaron”.

En el grupo de venezolanos hay cuatro bebés, uno de 1 año enfermó debido al sol y al polvo del lugar donde pernoctan diario; hay que salir del campamento cada que el estómago reclama comida, y solo hay una tienda de autoservicio frente al campamento.

Solo hay dos sanitarios móviles saturados de recibir a cientos de migrantes. No hay agua corriente y con ello no hay posibilidad de bañarse, por las noches hay que refugiarse en tiendas de plástico y cartones para aminorar las madrugadas frescas.

Por las tardes, la temperatura sube a 30 grados centígrados, Jesús compra un refresco Coca Cola y otras galletas, de nuevo, su única comida del día.

“Yo lo que pido es que ya nos reciba Estados Unidos o nos diga que no, asumimos la responsabilidad, si van a abrir las puertas que lo hagan, pero la incertidumbre es lo que mata de a poco”, reclama.

Este 8 de mayo, el Gobierno de Estados Unidos reiteró que a partir de la media noche del 11 de mayo, la política del Título 42 terminará, es decir, las autoridades estadounidenses procesarán y expulsarán de forma expedita a migrantes o solicitantes de asilo que hayan ingresado de manera ilegal.

“La única manera de entrar a Estados Unidos es a través del formulario de CBP One, para programar una cita en un puerto de entrada terrestre”, dice un comunicado de ese país.

El Gobierno de EU afirmó que incrementó el número de citas de CBP One, e implementó mejoras en la aplicación.

Una vez que termine la medida del Título 42, llevada a cabo debido a la situación sanitaria de la pandemia del Covid-19, EU expulsará a quienes ingresen de manera ilegal a través del Título 8, y la persona no podrá ingresar al país al menos durante cinco años.

Jesús se forma junto a otros 400 migrantes, algunos de Turquía, Afganistán, Colombia, El Salvador y Honduras, todos en la puerta 40.

“Es la segunda ocasión que nos engañan diciéndonos que nos formemos para que nos procesen, ya sé que hay un formulario (CBP One), pero ni siquiera tengo por ahora un celular, menos dinero para datos o tampoco forma de pagar un lugar, somos los de hasta abajo y somos los que tienen más incertidumbre”, replica.

Después, Jesús cruza el Río Bravo y se une con su grupo de compatriotas venezolanos, al sol y a la incertidumbre.

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