El desdén por los desaparecidos en Sinaloa

Don Chito buscó a su hijo, rogó a las autoridades para que le ayudaran a encontrarlo pero ninguna puerta se abrió; por casualidad, un vaquero dio con él y con su amigo, asesinados y abandonados en una cueva, en los cerros de Choix. Foto Riodoce

 

El 30 de marzo, don Rosario Enrique Mendívil Gaxiola bajó a Los Mochis desde los altos de la sierra de Choix pues estaba muy enfermo. Sus piernas estaban infectándose y el tejido muerto se extendía desde los tobillos hasta la pantorrilla a causa de la diabetes que le impedía llevar una vida normal.

El médico que lo atendió en el hospital general de Los Mochis “Jesús Kumate García” le recomendó internarse de urgencia, pues podía perder ambas extremidades y hasta la vida.

Don Rosario se negó a quedarse. Lo movía un desespero, una angustia: encontrar a su hijo, Rosario Enrique Mendívil Camargo, de 29 años, quien acumulaba 44 días desaparecido.

Después de que le entregaron los medicamentos regresó a Choix para seguir buscando a su hijo, y continuar mendigando atención de las autoridades municipales, estatales y federales.

Había llegado a esta ciudad para reportar en la Vicefiscalía Regional de Justicia del Estado que su hijo podría ser uno de los dos cadáveres que se encontraban dentro de una mina abandonada. Nadie lo escuchó, todos lo ignoraron. Nadie movió un pelo para atenderlo. Todos lo plantaron y lo dejaron olvidado como se desdeña al bote de la basura lleno de desperdicios.

Don Chito como también se le conoce, no se desanimó por el desprecio a su caso. Se dio media vuelta y regresó a Tasajera para continuar buscando a su hijo.

Por dichos de un cazador, su hijo podría estar en el interior de una mina abandonada rumbo a los Chinitos, comunidad serrana a unos 90 minutos de la cabecera municipal. Ese hombre, acechaba venados cuando pasaba por el boquete en la piedra del cerro.

Un olor muy desagradable, putrefacto, nauseabundo le llamó la atención como un cebo. Buscó la fuente de tan fétida atracción. Descubrió dos cuerpos en descomposición. Y sólo había dos muchachos desaparecidos esos días. Uno era el hijo de don Chito, el “Nico” y el otro su amigo, Víctor Adán Torres Vega, de 23 años.

Ambos muchachos habían desaparecido el 14 de febrero cuando a las 08:00 horas salieron al monte a buscar leña para la hornilla. La última vez que se les vio con vida fue en ese camino serpenteante que une a los poblados Tasajera y el Mezquite.

La zona, por esos días, era patrullada por la Guardia Nacional, la Policía Estatal Preventiva, militares y la policía preventiva pues estaban en combate al clan de los Jacobo que sostenían una confrontación con Adelmo Núñez Molina, un viejo conocido de las fuerzas de seguridad, pues el trienio anterior se había peleado con Benito Portillo, quien finalmente fue masacrado en Culiacán.

La fuerza del orden público ya había realizado varias operaciones y escaramuzas, y los residentes habían denunciado que estos eran parciales en el combate a los clanes. Incluso comenzaron a hostigar a la población pues un par de motociclistas los habían enfrentado a tiros, cuando antes les huían.

“No sé quién se los llevó. Yo sólo lo quiero encontrar”, dijo don Rosario Enrique ese día que el médico le pidió que se quedara internado.

Y sin más se remontó a la sierra para continuar con su andar entre cerros, entre los pueblos ante autoridades municipales que menospreciaban su caso. “La policía de Choix sólo me escuchaban, pero nada hacían. Era lo mismo que no hablar”.

Ningún argumento lo convenció. Ni el que estuviera su vida en peligro o que las piernas estuvieran a punto de serle amputadas. Era a su hijo lo que más anhelaba, puesto que él era su compañero en los últimas tres décadas. Además, entre ambos sostenían ese pequeño negocio de reparación de electrodomésticos que les daba el raquítico sustento, y continuo, continuó en su búsqueda de atención.

Muchas puertas oficiales tocó sin éxito. Abrió ventanas de oficinas y al igual que las puertas, permanecieron cerradas.
Las noches de desvelo se acumularon en su rostro. Las ojeras aparecieron de la noche a la mañana, pero él continuó con su búsqueda.

Josefina Couret de Saracho, una mujer entrona que desde hace más de 40 años apoya a civiles que son abusados por las autoridades, fue la única soldado que se sumó a la infantería de búsqueda, pese a andar con andadera y padecer del corazón.

“Lo que sufre don Chito es una barbaridad, un abuso grandísimo, una ignorancia oficial un desdén por la gente pobre. Al vicefiscal Serrano (Arnoldo Serrano Castelo) le importa poco el dolor humano. No mueve un pie para apoyar a los padres de desaparecidos en su búsqueda. Un monigote más del gobierno”, criticó.
Ambos reportaron el caso al 911.

Este lunes, un piquete de militares llegó a la mina y extrajo los cadáveres.

Uno era el “Nico” y el otro su amigo, Víctor Adán. Estaban convertidos en osamentas. Don Chito lo reconoció por las ropas y el rosario que nunca se quitaba del pecho.

No le entregaron el cuerpo, que quizá y estaría sepultado si desde que reportó la existencia de las personas en la mina abandonada los hubieran buscado.

Lo obligaron a estar en Los Mochis, pero para negárselo una segunda vez, pues sólo le serían dados los huesos en caso de que las pruebas genéticas lo confirmaran.

Don Chito regresó a Tasajera. Ahora cava la tumba para su hijo, en el panteón.

“No sé por qué nunca me ayudaron. No sé qué hizo mi hijo para que se lo llevaran. No sé quién le hizo eso. Sólo sé que ya estará con nosotros. Estoy en paz”, afirma don Chito