La vulnerabilidad de los migrantes indígenas en Nueva York durante la pandemia

Uno de cada cinco mexicanos migrantes en Estados Unidos no tiene acceso a los servicios de salud del país donde trabajan y pagan impuestos. Algunas de estas personas son quienes encontraron la muerte cifrada por un virus, quienes murieron en Nueva York

Texto: Víctor Ronquillo para el Programa de Asuntos Migratorios de Ibero CdMx; Foto: Heriberto Paredes/ PIE DE PÁGINA

En el epicentro de la pandemia en Estados Unidos, los migrantes de la región de La Montaña hacen por la vida, trabajan en los servicios, la construcción, los restaurantes y los lujosos hoteles, son parte de la diversidad humana de Nueva York. Del otro lado, en el sur, en Tlapa, la pequeña ciudad conocida como la puerta de La Montaña, el Centro de Derechos Humanos Tlachinollan lleva el registro de los migrantes que han perdido la vida, víctimas no sólo del coronavirus sino del proceso que los hace invisibles. Se les discrimina, se les desconoce, se niega su importancia en la economía y la sociedad, se les limita a condiciones precarias de vida. A pesar de ello, los indígenas migrantes en la moderna babel de los rascacielos significan una avanzada de la sobrevivencia humana y cultural, son ejemplo de verdadera resilencia.

Abel Barrera, quien dirige el Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan, una de las organizaciones precursoras de la cultura de la defensa de los derechos humanos en México, conoce el significado cultural de la migración en el norte, en los barrios de Nueva York, pero también en el sur, en las comunidades indígenas de La Montaña de Guerrero.

“Resulta que a lo largo de los años –dice Abel– Nueva York ha sido la otra Montaña de los indígenas Guerrero. La Montaña de asfalto, la Montaña de los rascacielos. Ellos ven a esa ciudad como un enorme monumento a la desigualdad. Es una ciudad donde hay muchos recursos, donde hay mucho dinero, pero saben que este capital se ha logrado con el sudor, con la sangre de muchos trabajadores que han migrado a Estados Unidos, muchos de ellos indígenas de Puebla, de Oaxaca, de Guerrero.

Hasta hora, según los reportes, más de un millón de personas han sufrido el contagio del coronavirus en Estados Unidos y más de 18 mil han muerto en Nueva York. La Secretaría de Relaciones Exteriores de México informa del fallecimiento de 566 mexicanos en Estados Unidos, 448 de ellos en esta ciudad. Más allá de las cifras, de los fríos datos, hay que dejar constancia de las vidas perdidas, de cómo la emergencia sanitaria exhibe condiciones de injusticia y marginación. Según datos e la Oficina del Censo de Estados Unidos, 18 por ciento de los mexicanos migrantes no tiene acceso a los servicios de salud del país donde trabajan y pagan impuestos. Viven en el hacinamiento, trabajan en el límite de la explotación laboral, sufren la acechanza de ser deportados y separados de su familia. Algunas de estas personas son quienes encontraron la muerte cifrada por un virus, quienes murieron en Nueva York.

Juan Martínez García falleció en el Bronx, indígena Ñu Savi (Mixteco) originario de la comunidad de Lomazoyatl, municipio de Alcozauca, falleció el 6 de abril. Hasta el día 14 del mismo mes, su familia logró contactar a la funeraria encargada de cremar el cuerpo. El costo de este servicio por parte de las funerarias de Nueva York va de los tres mil a los cinco mil dólares.

De Amelia Méndez Vivar poco se sabe, murió el 11 de abril, nació en la comunidad de Alpoyeca. Había migrado a Nueva York hace varios años.

A Armando Aldama Alvarado, sus amigos lo llamaban Yamil. Murió en Queens el 27 de marzo. Nació en Tlapa y como muchos otros jóvenes, en cuanto pudo se fue para el norte.

En Tlachinollan llevan el registro de 15 personas fallecidas por Coronavirus en Nueva York. Un registro que semana a semana aumenta con malas noticias.

La semilla de la migración
En La Montaña el migrar es recurso de sobrevivencia. La única ruta posible para que el futuro no sea de carencias y hambre va hacia el norte.

Abel Barrera describe las condiciones en las que se sigue sembrando maíz en La Montaña, en las faldas de los cerros, con el arduo trabajo de la familia entera, con la magra cosecha que no da para vivir. Resulta paradójico que frente a esta realidad la región posea aún ricos recursos naturales.

“La Montaña no se entiende sin la población migrante, es una región rica en términos de lo que son los bienes naturales, aquí está el reservorio del agua que corre por los grandes ríos de Guerrero, aquí queda también el reservorio de los bosques que fueron devastados hace años. También hay minerales que han querido privatizar, despojando a los pueblos de esta riqueza. Los pueblos han tenido la fuerza suficiente para defender su territorio. Desgraciadamente, si hablamos de la productividad esta siempre ha sido muy baja. Hay déficit alimentario en La Montaña. La gente siembra en las faldas de los cerros y ahí no entra la yunta, se siembra con el bastón tradicional y mucho esfuerzo”.

Si hay suerte la cosecha llega ser de 400 kilos, lo que no alcanza para vivir. Los gastos de una familia se multiplican, apremian y el dinero no es suficiente.

“Esa precaria situación es lo que ha hecho que la gente tenga que buscar fuera de la región una manera de vivir. Como lo que se sabe hacer, donde se tuene más experiencia, es en el trabajo en el campo, los primeros migrantes fueron a buscar trabajo en el campo, pero fuera del estado, en Morelos, en los cañaverales. También se fueron a la sierra de Guerrero y haya entraron en contacto con gente que sembraba mariguana, amapola, en fin, pues tuvieron que ir buscándose la vida, hasta que ya en la década de los años ochenta los jóvenes empezaron a arriesgarse a cruzar la frontera”.

Johnny Ortega tenía 24 años al morir. Falleció en el Hospital Metropolitano de Manhattan. Su familia es Ñu Savi (mixteca) y vive en la comunidad de San José Lagunas, municipio de Alcozauca. Murió el tres de abril.

Alfonso Gil Ramón, vivió muchos años en Queens Nueva York. Murió en su departamento, fue trasladado al Hospital Elmhurst. Después de varios días la funeraria Gerad Lion F.D. recogió el cuerpo y se hizo cargo de su cremación. El costo del servicio, pagado por la familia fue de 2 mil dólares. Alfonso nació en Xochihuehuetlán, al morir tenía 56 años de edad.

Los factores que determinan la vulnerabilidad de los migrantes indígenas en Nueva York están relacionados con su condición, sus ingresos en muchos casos son menores por su condición migratoria. El hacinamiento en el que viven, su reticencia por temor a ser deportados a acercarse a los servicios de salud. La persistencia de la discriminación de que son víctimas.

Genaro murió en Manhattan, después de varios intentos logró cruzar la frontera por el desierto de Arizona. Fue a principio de los años 90, cuando la aventura de migrar no ofrecía tantos retos. Su historia, narrada por Abel Barrera, quien lo conoció, es la de muchos migrantes que se fueron al norte y pudieron llegar a Nueva York, donde encontraron trabajo y se forjaron un destino.

“Genaro era chofer del Instituto Nacional Indigenista, como todo trabajador tenía dificultades económicas, su esposa era de Ixcateopan. Aquí en los años 80 y principios de los 90 se dio mucha oportunidad de migrar, con esos personajes que llamamos coyotes. En ese tiempo cobraban 30, 40 mil pesos, ahora cobran en dólares. Pidió su liquidación y se fue. Lo detuvo la migra, lo regresaron. Lo intentó de nuevo por Nogales. Cuentan que es un camino difícil, ocho horas caminando por el desierto de noche. Esa es la prueba máxima, si vences al desierto vas a poder vencer todos los obstáculos y llegar a Nueva York. Genero lo logró. En Phoenix lo metieron en la cajuela de un auto y después de varias horas de viaje por fin llegaron a Nueva York. Se fue a vivir con algunos paisanos, dos semanas después le consiguieron trabajo en un restaurante, donde empezó como lavaplatos, con el tiempo pudo ahorrar y pudo pagar para que su esposa se fuera también a Nueva York. Vivian en Queens donde vive una colonia grande de paisanos de La Cañada”.

Cuando el sueño americano se hace realidad
A la ciudad de Tlapa los migrantes, quienes vivieron por allá lejos y lograron regresar con éxito la llaman Tlapayork. Para ellos el sueño americano se hizo realidad. Lograron construir una casa, comprar la camioneta a la que le sacan provecho con placas de transporte público. Pusieron la “tiendita” en el caserío donde prefieren vivir, en lo alto de los cerros, con los suyos.

Cuando estaban en Nueva York, donde vivieron en minúsculos departamentos con otros paisanos, donde trabajaron sin descanso en dobles turnos para ahorrar lo más posible y no fallar con el envío de dólares para la familia, siempre añoraron su tierra. Sabían quiénes eran y de dónde venían, cuando viajaban confundidos en la multitud del Metro o cuando cumplían con la jornada laboral del reparto de pizas o de la limpieza en el hospital. Venían de La Montaña y allá los esperaban.

Abel Barrera habla de lo que significa para las familias de las apartadas comunidades indígenas el que un hijo o una hija trabaje en Nueva York.

“Ellos y ellas, porque también son mujeres quienes migran, son un baluarte para la economía familiar. Son los que permiten que los pequeños hermanos puedan ir a la escuela, son los que ayudan a sostener a la familia, para que el papá que todavía tiene fuerzas pueda seguir sembrando en el tlacolol y nunca perder el sabor del maíz que sale de la tierra. También son quienes envían el dinero para cubrir los gastos de la medicina cuando hay enfermedades. Las remesas vienen a ser como la tabla de salvación para la población indígena, para los pobres de La Montaña”.

Hoy el empleo para los migrantes es escaso, muchos restaurantes y hoteles permanecerán cerrados en Nueva York por un tiempo. Los servicios como el trabajo de limpieza en oficinas y hogares se encuentran en suspenso, suspendidos por efecto del confinamiento sufrido por cientos de miles de personas. La crisis económica que se vive ya en Estados Unidos recae fuertemente sobre los sectores más desfavorecidos, como los migrantes. La estimación realizada por el centro Dialogo Interamericano es que las remesas enviadas a Latinoamérica sufran en los próximos meses una caída de dos mil millones de dólares.

Victorino Narciso Gervasio, murió el primero de abril en el hospital Health Bellevue al este de Manhattan, nació en Ixcuinatoyac. Fue una persona de origen Na´savi.

Eusebio Espinosa Castro, murió el 9 de abril en el Bronx. Nació en Laguna Seca, municipio de Acatepec, de origen M´ ephaa.

Los migrantes de La Montaña llevan la tierra en su sangre, reconocen su origen y siguen formando parte de sus comunidades. No están solos en la gran urbe.

“Los paisanos se reúnen los domingos para jugar fútbol, para chelear –relata Barrera– para celebrar la fiesta del santo patrón, para hacer también bailes porque tienen sus grupos musicales. Aquí tocaban antes y ahora ya están tocando en Nueva York. Transportan todos los elementos de la identidad cultural y religiosa. Gracias a esto pueden mantenerse con el orgullo de ser hijos e hijas de una tierra que es muy generosa pero que lamentablemente no ha podido sostener una economía que les pudiera ayudar a tener una vida digna en La Montaña. Comparten con los suyos de aquí y de allá, sueños y recuerdos, no olvidan el esfuerzo que significó cruzar el Río Bravo. Sienten el orgullo de poder mandar 300 dólares al mes a la familia para que haya algo que comer. Ahora, también comparten la pesadilla de estar encerrados en un cuarto porque no hay trabajo, porque no hay dinero y porque está por ahí rondando la muerte”.

No hace mucho, la vida sonreía a muchos de los migrantes de La Montaña avecindados en Nueva York. En ese entonces, que se recuerda lo mismo aquí que allá, la fiesta patronal era importante para todos. El gran momento de la celebración, donde todos se reúnen. En esa fiesta los paisanos de Nueva York comparten lo que pueden, con frecuencia se hacen cargo de lo que anima a la convivencia, al baile.

“Cuando llegan las fiestas patronales, los mismos migrantes que están allá se reúnen y dicen vamos a mandar algún apoyo. Algunos mandan apoyos para pagar el grupo musical que cuesta unos cien mil pesos Esa es la mayor alegría que puede haber en las comunidades de La Montaña, el que los hijos que están allá y que les dicen todo el sudor de nuestra frente va servir para que haya alegría en el pueblo, para que haya fiesta, para que haya cuetes, para que haya música, para que haya cerveza, para que no sea tan pesada esta vida”.

De Manuel Escobar Benicio sólo se sabe que murió en Nueva York el 9 de abril, era de Ixcateopan, municipio de Alpoyeca,

Juan Marínez García, murió el 6 de abril en un hospital del Bronx donde vivía. De origen Na ´Savi nació en Lomazoyatl, municipio de Alcozauca.

Época de duelo en La Montaña
Hacia el 23 de abril se registró un brote de 14 casos de coronavirus en cuatro municipios de la región de La Montaña. Lo que se sabe es que ya sin trabajo, sin opciones de vida, quizá enferma, una mujer no identificada regresó de Nueva York a Huamuxtitlán. Murió a principios del mes de abril. En ese mismo poblado se han registrado otros cuatro casos de contagio. En Xochihuehuetlán, comunidad vecina hay otros cinco casos. En Xalpatlahuac, comunidad nahua se reporta el fallecimiento de una persona presumiblemente por covid.

Muchos de los migrantes de La Montaña regresan hoy a sus pueblos, es inevitable, regresan los mismo de Estados Unidos o del norte de México a donde fueron a trabajar. Los municipios en los que se ha dado este brote de coronavirus se ubican en la región de La Cañada, en la ruta de los migrantes que se inicia en Tlapa y corre por Puebla, Morelos y la ciudad de México rumbo al norte.

Las malas noticias siempre van rápido y ahora corren de prisa por Facebook, dice Abel Barrera. El dolor por la perdida de los migrantes en Nueva York se extiende por las comunidades.

“Ahora que se ha generado esta situación adversa de perder a los hijos, a los esposos, a las hijas, está doliendo mucho, sobre todo ahora con el Facebook dicen es que murió Jenaro, Ángel, Amelia, en fin. En el imaginario colectivo hay dolor, un verdadero duelo. Porque sabemos lo que significa perder a alguien que vive allá, primero por la pérdida de la vida, segundo el no poder verlo más, el no poder llorar a su lado cando lo entierran como acostumbran acá. El saber que será incinerado con todas esas creencias, pesa mucho. En las comunidades está pesando porque saben que es un miembro más, no solamente de una familia, sino de la comunidad por ese sentido comunitario. Es decir, el migrante como figura colectiva que apoya a la comunidad, como decir gracias a ellos hemos podido realizar algunas obras, algunas fiestas. Entonces cuando alguien muere en alguna comunidad se reza por ellos, se pide por ellos. En las comunidades han tomado medidas de autocuidado. Dicen tenemos que cuidarnos nosotros para evitar que se vaya a repetir lo que está pasando en Nueva York”.

Las condiciones de vida en La Montaña son precarias, los servicios de salud limitados. Lo más grave es la pobreza. Palabras de uso médico se han vuelto frecuentes en el léxico de todos nosotros, palabras como comorbilidad. Un par de preguntas para cerrar la entrevista telefónica con Abel Barrera, director del Centro de Derechos Humanos Tlachinollan: ¿es la pobreza un factor determinante para la vulnerabilidad de los pueblos indígenas ante el coronaviris, ¿es la desnutrición un factor de comorbilidad en la región de La Montaña para quienes sufran de su posible contagio?

“Es una realidad que padecen sobre todo poblaciones vulnerables como indígenas, afros, poblaciones que viven en las periferias. Lo del coronavirus preocupa por ser un nuevo virus que llegó para quedarse y ahora se incorpora a los riesgos y amenazas que enfrenta la población indígena. El problema de la diabetes ha crecido mucho, sigue existiendo la desnutrición. Es una situación que habla de la desatención de un sistema de salud que ha excluido a las comunidades indígenas. Ahora vemos las consecuencias de esta exclusión, se trata de un sistema de salud obsoleto, desmantelado. Aquí más bien es apostarle a lo que la gente le ha apostado en Nueva York, al autocuidado. Los Pueblos indígenas saben que su vida no es prioritaria. La pobreza sigue siendo lo que marca la vida de esta población, se sabe en las comunidades que si llega a haber un contagio puede darse una situación extrema, el escenario se puede complicar, porque no hay forma de contener una ola que puede envolvernos a todos”.

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