Catástrofe ambiental: intoxicación masiva de abejas en Campeche, México

Geraldine Castro / Fotos: Cortesía Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes / Wired

Los apicultores campechanos perdieron 3,365 colmenas, lo que equivale a un golpe económico de 12 millones 990 mil 418 pesos, según estimaciones de investigadores de Ecosur.

Es una catástrofe ambiental. Benjamín Ye fue el primero en ver el hecatombe de Suc Tuc, Hopelchén. El hallazgo fue a las seis de la mañana. La mayoría de sus abejas estaban muertas y, las que todavía no lo estaban, caían para revolcarse en el piso. Ambas escenas son declaraciones crudas que Benjamin reconoce. Lleva 20 años siendo apicultor; hace cinco años esto ya había pasado, entonces no dudó en nombrar lo que veía: las abejas fueron envenenadas con pesticidas.

La casa de Benjamín está a 14 kilómetros del apiario. En el camino de regreso, Benjamín encontró a algunos de sus compañeros, a todos les dijo qué esperar en sus apiarios. En 3,365 colmenas, decenas de apicultores encontraron los cadáveres anunciados. Por ahora, se sabe que en las comunidades de Suc Tuc y Oxa de Hopelchén, en Campeche, México, la intoxicación acabó con el patrimonio de 80 apicultores.

La última vez que Ye cosechó miel fue en julio de 2022. En el período actual, el trabajo de ocho meses tendría su recompensa el miércoles 22 de marzo, la mañana en que debió iniciar la temporada de miel en la región maya de los chenes. Ahí, esta catástrofe significó, según los últimos datos, 13,200 días de empleo rural perdido y 12 millones 990 mil 418 pesos mexicanos de pérdidas económicas, según la primera evaluación sobre la magnitud de este evento, realizada por investigadores de El Colegio de la Frontera Sur (Ecosur), quienes calificaron la situación como “uno de los casos más graves de intoxicación de abejas en México”.

Un desastre con raíces agroindustriales

Benjamin Ye trabaja con su esposa y sus dos hijos en su apiario. En su comunidad, el 70 por ciento de los habitantes se dedican a esta actividad. Para ellos, la cosecha que quedó aniquilada era la esperanza de sus ingresos. “Con esa cosecha nos sostenemos casi todo el año. Ahora, con esta situación, no tenemos nada”. Y agrega que los casos son críticos: “es el único ingreso para la familia y así estamos la mayoría de los apicultores que perdimos todas las colmenas”.

Los investigadores de Ecosur dieron cifras a lo que Benjamín señala como esperanza rota. Su informe muestra que los casi 13 millones de pesos de pérdidas económicas incluyen la producción de miel destruída, tomando como referencia datos del Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP) para el año 2021, así como el valor ambiental de polinización; dato que se obtiene de el valor de la producción y la dependencia de cada cultivo a la polinización.

Es decir, considerando que cada colmena perdida debió tener un rendimiento de 31 kilos de miel y cada kilo con un costo de 43. 6 pesos, para las 3 mil 365 colmenas dañadas calcularon una pérdida de 4 millones 548 mil 134 pesos. A esto se suma que repoblar cada enjambre cuesta mil pesos, es decir, otros 3 millones 365 mil 000 pesos.

También se perdieron más de 5 millones por el golpe a la producción agrícola ante la polinización que no tendrán. Para este caso, los seis kilómetros afectados se multiplicaron por el valor de servicio ambiental de polinización, el cual se obtiene de multiplicar el valor de la producción y el porcentaje en que cada cultivo depende de la polinización.

Para evaluar los hechos, los investigadores tomaron evidencias cerca del “Tumbo”, camino en el que decenas de apicultores, de ambos ejidos, tienen sus apiarios. En 18 de estos, acompañados por apicultores y comisarios ejidales, tomaron fotos y colectaron abejas muertas, muchas de las cuales yacían “debajo de la piquera”, la misma parte de las colmenas en la que Benjamín Ye dijo haber encontrado a la mayoría de las abejas sin vida.

La ubicación de los cadáveres es información valiosa. Quienes estudian casos de intoxicación en abejas han descrito que cuando la causa son altas dosis de plaguicidas, es común encontrar abejas fulminadas en la piquera, bajo esta o alrededor del apiario, también suelen ver abejas desorientadas caminando en el suelo o con comportamientos extraños.

Otra señal para reconocer este tipo de intoxicación es el tiempo. Con este tipo de situaciones, suelen morir 30 por ciento de las abejas de una colmena en un lapso de 24 a 48 horas, después de que el plaguicida fue aplicado. Como Benjamín vio una tarde antes que sus abejas estaban sanas y la miel en perfectas condiciones, supo que el golpe mortal había sido provocado por agroquímicos.

Los científicos enviaron a las abejas recolectadas a un laboratorio, para conocer el químico que las mató. Con los datos disponibles hasta finales de marzo, se sabe que 72 apicultores reportaron de forma personal afectaciones. Juntos albergan 2,413 colonias de abejas, de las cuales 2,125 fueron severamente afectadas, lo que representa un 88 % de las colmenas totales. A esa cifra, se suman 1,240 colonias de ocho apicultores que dos comisarios ejidales reportaron.

También indicaron que, según el análisis del viento, la parcela donde se aplicó el insecticida responsable de la mortalidad de abejas se ubica al este o al noreste del centro de la afectación. Benjamín explica que en la zona de los apiarios hay dos cultivos, uno es de Bayer, el otro es un rancho que se llama Proagro. “Nada mas que Proagro ya sacó su cosecha, ya no tiene nada al cual aplicarle productos”.

Al respecto, el informe reporta dos parcelas de 50 hectáreas cada una sembradas con maíz tecnificado, una de estas se fumigó con un tractor el 25 de marzo.

Un veneno conocido

Jorge Pech acusa que en la región el tema agroindustrial ha crecido de forma descontrolada: “autoridades como Profepa o Semarnat no están preocupadas por la devastación de la selva”.

Pech es de la comunidad Ich-ek, de Hopelchén, y pertenece al Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes, desde el año 2012, cuando este comenzó su lucha organizada en defensa de su territorio y años después obtuvo una orden judicial para realizar una consulta sobre el tema de la soya transgénica, un cultivo que denunciaron contamina su agua, sus tierras y sus formas

Sobre la situación de Suc Tuc y Oxa, el colectivo recordó en un comunicado que las contaminaciones por fumigaciones agrícolas “se repiten impunemente”. Y dieron como ejemplo casos como “la zona de la montaña de Hopelchén, en el año 2012, y en la comunidad de Candelaria, municipio de José María Morelos, Quintana Roo en los años 2018 y 2020”. De la catástrofe pasada en sus colmenas de Hopelchén, Benjamín recuerda que perdió todo, 40 cajas.

La consulta para tratar el tema de la soya no se ha realizado, incluso después de siete sesiones de acuerdos previos con las instituciones a cargo. Pech dice que esto es así porque no se toma en cuenta la cultura del pueblo ni sus propuestas, tampoco, detalla, se siguen los estándares internacionales para hacer la consulta.

Mientras tanto, la semilla sigue germinando problemas. “Más allá de la siembra de los transgénicos, nos damos cuenta que cultivar de forma industrial estas semillas tiene implicaciones como el uso de grandes extensiones que ellos tienen que deforestar, más modificaciones al entorno, a la naturaleza; tienen que hacer una extracción de agua y hay un aumento en el uso de agrotóxicos para control de plagas en estos cultivos”.

Para rociar los agroquímicos, me dice Pech, usan las típicas avionetas. Y ahora, cada vez con mayor frecuencia, drones. Pech y su comunidad saben que muchos de los productos lanzados por esas empresas están prohibidos en otros países porque son tóxicos.

El daño de estos químicos va más allá de las abejas en colmenas. Los mayas piensan en todas las especies silvestres que mueren sin ser contabilizadas, y en la biodiversidad que resulta afectada por estos modelos de producción. Pech explica que, además, los cultivos de este tipo no tienen descanso, soya, sorgo, maíz, pepino, granos, todos van uno tras otro, entonces el daño tampoco tiene pausa.

El colectivo acusa que las empresas que operan en su territorio usan todos los días sustancias tóxicas en cultivos de chile habanero, sandía, tomate y granos transgénicos.

En la población ahora identifican más casos de cáncer, abortos espontáneos e infertilidad en hombres y mujeres. Actualmente las instituciones encargadas de la sanidad del agua no han hecho estudios sobre la calidad de la misma, pero en 2015 se enteraron, por un estudio de Jaime Rendón Von Osten, que había grandes cantidades de glifosato en agua embotellada en México, en aguas subterráneas en la Península de Yucatán y en la orina de agricultores de Hopelchén.

En el mundo se usan unas 700.000 toneladas de glifosato, cada año. Por ello, la coalición internacional Pesticide Action Network advierte que el glifosato interrumpe la microbiota intestinal de las abejas y las hace más susceptibles a enfermedades, que además perturba el crecimiento de las crías, la fertilidad de las adultas y su capacidad de aprendizaje, entre otros daños, incluso con poco herbicida.

Pech comparte que la abeja les acompaña en lo social, lo económico y en la alimentación de su comunidad. Que exterminarlas a ellas es atacar sus conocimientos y cultura.

“Si la abeja desaparece, desaparece parte de nuestra identidad, de nuestra historia, de nuestra esencia como pueblo”.
Jorge Pech

Para lograr protección de este entorno se debe reconocer que la apicultura conserva la selva y ayuda a los corredores biológicos naturales. Entonces, en beneficio de su entorno, exigen reestructurar las normas que regulen químicos y prohibir a las empresas experimentar en su municipio.

Pech señala que, si bien existe un decreto presidencial para eliminar paulatinamente el glifosato, el problema con la prohibición es que se restringe un químico, pero se comienza a usar otro. Para contener esa situación proponen una transición agrícola sostenible, es decir, que se trabajen los cultivos con sistemas de producción limpios.

Emponzoñar la vida

Benjamín dice que su situación es crítica, “Con mi esposa y mis hijos acostumbramos a cuidar las colmenas. No solamente a sacarles miel, sino a cuidar el bienestar de las abejas y ver esa situación es triste”, se refiere a verlas moribundas por culpa de “esos líquidos” de los que existe mucha evidencia sobre las formas que causan daño.

Y es que entre los plaguicidas y las abejas no solo hay muerte. Una publicación conjunta de Ecosur, la Alianza Maya por las Abejas de la Península de Yucatán Kaabnalo’on y la Universidad Intercultural Maya de Quintana Roo, indica que los insecticidas dañan la red nerviosa de estos animales, por ejemplo, los organofosforados (muy usados en México) dañan la enzima acetilcolinesterasa y causan parálisis, convulsiones o movimientos involuntarios hasta la muerte; mientras que los neonicotinoides afectan a los receptores de acetilcolina, lo que provoca convulsiones, temblores, espasmos y muerte.

Otros más atacan el balance hormonal de los insectos e interrumpen ciclos de crecimiento, pudiendo afectar la formación de piel y los deja desprotegidos.

En los 15 segundos que dura un video, publicado en la página de Facebook del Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes, se ve a una abeja retorciéndose panza arriba. Se observa un cuerpo delirante con las alas vencidas. En otras imágenes se observan cientos de abejas inertes entre la hojarasca.

Lo ONU reporta que las tasas actuales de extinción de especies son de cien a mil veces más altas de lo normal debido a las actividades humanas y que cerca del 35 por ciento de los polinizadores invertebrados están en peligro de extinción a nivel mundial. No olvidemos que perder a las abejas silvestres y de apiarios significaría, además, poner en riesgo nuestra seguridad alimentaria pues muchos cultivos dependen de la polinización que estas realizan.

Preguntarle a Benjamín por el sonido de sus colmenas del 22 de marzo, unas horas después de colgar nuestra llamada, fue lo último que hice para escribir sobre esta catástrofe ambiental en Hopelchén. Él me contestó: “ya no había sonido”.

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