Los recolectores de basura en Ciudad de México, esenciales pero desprotegidos

Patricia Ángeles Melitón, quien se dedica a recoger basura a cambio de propinas, empuja su carrito en el barrio de Iztapalapa (Ciudad de México). Teresa de Miguel.

Sally Palomino / El País

Los trabajadores informales que colaboran en la limpieza de la capital de México reclaman atención durante estos días en los que su trabajo es de mayor riesgo

Patricia Ángeles no sabe cómo es vivir un día en cuarentena. Supone, por la basura que ha recogido en las últimas semanas en las calles de Ciudad de México, que se pide mucha comida a domicilio, que algunos beben más licor que agua y que prefieren los alimentos para congelar. Escarbando las bolsas con residuos que le dejan en las puertas de las casas descubrió que existen los tamales congelados. “Yo no sé si serán igual de buenos a los de la calle”, dice. Imagina también que la gente se está cuidando muy bien ante la amenaza del coronavirus. Encuentra más cubrebocas, guantes y tarros enormes de cloro entre los desechos. “Acá dejaron un poquito”, apunta mientras mueve un frasco y se lo acerca al oído para comprobarlo. Lleva casi tres horas caminando bajo el sol en una jornada de trabajo que, con suerte, terminará en cuatro. Patricia la llama su “chamba” porque la asume como si lo fuera. Cumple un horario y si alguien se queja de su servicio recibe llamado de atención, lo único que le falta para que de verdad sea su trabajo es tener un salario y seguridad social. Todo.

Patricia es una de las 10.000 personas que bajo la figura de “voluntaria” limpian la ciudad. Desde hace 13 años -tiene 37- va por las calles de la colonia Lomas Estrella (al sur de Ciudad de México) recibiendo monedas a cambio de llevarse la basura. “Mi trabajo es esencial como el de los doctores, las enfermeras o los repartidores, pero nadie nos voltea a ver”, se queja. No exige un salario fijo, aunque le encantaría, ni que la dejen quedarse en casa haciendo cuarentena, aunque le evitaría exponerse al contagio, en este momento y ya acostumbrada a sobrevivir con las propinas -en un día bueno logra 150 pesos (unos seis dólares)- se conformaría con que le dejaran los residuos separados, como lo recomendó el Gobierno de Ciudad de México para proteger a los trabajadores de la limpieza en la pandemia, que marcaran las bolsas de residuos sanitarios y que les garantizaran elementos de protección.

“El cubrebocas que llevo ahora me lo hizo mi hermana y en la bolsa traigo un gel antibacterial que yo misma compré”, asegura, pero en el recorrido no se le ve sacarlo. Puede ser porque lleva guantes. “Si mucho te cuidas igual te puedes enfermar”, aclara. Explica que con una labor como la suya es imposible lavarse las manos cada vez que toca algo, pero sabe que se puede enfermar y por eso tiene cuidados como cambiarse de ropa cuando llega a su casa, usar tapabocas -cuando no hace mucho calor- y saludar sin tocar a los que van en el contenedor con el que se encuentra al final de la jornada para tirar las bolsas con los desechos y separar el material que no alcanzó a clasificar y que puede vender. Un kilo de latas: 14 pesos, un kilo de plástico: cuatro pesos, un kilo de cartón también cuatro pesos. Casi nunca consigue un kilo en un día. Casi siempre lo alcanza después de juntar materiales durante toda la semana. Suda cada peso que gana.

“Así sea poco, no puedo dejar de trabajar”, repite y dice que si su trabajo normalmente es de riesgo, ahora mucho más. Había uno y ahora ya van como 7.000 infectados, afirma. Este miércoles, cuando ella seguía en las calles de la ciudad sin protección y exponiéndose a bolsas de basura, con residuos sanitarios sin marcar, la cifra de contagios en el país ya había rebasado los 10.000 y en Ciudad de México los muertos superaban los 250.

Encarnación Alberto, quien se dedica a recolectar cartón en el barrio de Iztapalapa (Ciudad de México), posa para una fotografía con su cubrebocas durante la crisis sanitaria del coronavirus. Teresa de Miguel.

Tania Espinosa, coordinadora para México de Wiego, una organización internacional que apoya a grupos de trabajadores informales y que en este país se ha concentrado en los de la basura, recuerda que en 2016 la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México pidió mejorar las condiciones de quienes limpian la ciudad como voluntarios con la entrega de uniformes, equipos y seguridad social. “Hasta ahora nada se ha cumplido”, asegura Espinosa, quien hace cuatro años decía que con esas recomendaciones ya no habría excusa para no garantizar un mínimo de derechos laborales a estos trabajadores, pero el tiempo ha pasado y nada ha cambiado. Según el Inventario de Residuos Sólidos de 2018 de la capital mexicana, que cita Espinosa, al menos 13.000 toneladas de basura se recogen en la ciudad. Lo hacen 14.000 trabajadores sindicalizados, con salario y seguridad social, y otros 10.000, que como Patricia son voluntarios, sin nada más que la propina y el material que logran rescatar para vender. Sin saber de protocolos ni medidas para protegerse de la covid-19 y enfrentándose a montañas repletas de residuos que no saben si están contaminados con el virus.

“Nosotros no somos inmunes, pero qué podemos hacer”, acepta al otro lado del teléfono Natalia Santillán, voluntaria como Patricia. Su trabajo lo hace en las calles de Lomas de Chapultepec, una de las zonas más ricas al oeste de la ciudad. Como su compañera, ella tampoco ha notado que desde que el país empezó a hablar de cuidados, los que le dejan la basura piensen en ella y sus compañeros. “Batallamos mucho todos los días con la clasificación de residuos, rompemos las bolsas y encontramos todo revuelto. Comida, papel, plástico, tapabocas”. Su batalla empieza a las 3.00 de la madrugada. Dice que el horario lo eligió para estar menos tiempo bajo el sol y para no congestionar el tráfico ni estorbar a la hora en que la gente empieza a salir de sus casas hacia el trabajo. Aunque desde hace unos días ha notado que hay menos personas.

“Hay un poco menos de basura orgánica, muchos se fueron a su casa de campo o a otras ciudades y al haber menos, menos ganamos”, apunta con su voz ronca. Si cuando no había pandemia ganaba unos 150 pesos por jornada, ahora quitando lo de un desayuno y comida, le quedan si mucho 30, según cuenta. Vive con su hijo de cinco años y dos de sus hermanos, también recolectores de basura. Ellos sí formales, pero también trabajando en la calle y expuestos en estos días en donde piden que todos se queden en casa. “Si nos quedamos nos morimos, con qué vamos a comprar la comida. Si tengo un niño diciéndome que tiene hambre no le puedo decir que coma aire. No me puedo encerrar”, advierte.

Natalia sabe que corre riesgo, que si se enferma no tiene un seguro médico que la respalde. Ya ha tenido accidentes en su trabajo y dice que la mejor opción es esperar a que pase. Cuenta que se ha cortado con las cuchillas de las máquinas de afeitar que tiran en la basura, con vidrios y hasta se ha caído del camión. “Nunca nada grave”, pero insiste en decir que en este momento lo más difícil, incluso más que no tener salario, es contagiarse. “No somos de acero, nos podemos infectar, pero necesitamos alimentarnos”. Trata de hacer lo que puede para protegerse.

Sus hermanos, que trabajan en el camión que recoge la basura que ella recolecta, le pasan tapabocas que a ellos sí les dan y la ropa vieja que tiran en los desechos son sus uniformes. “Uso camisas de manga larga para evitar tanto contacto y nos lavamos cuando llegamos a la casa”, cuenta. Su hijo la acompaña en los recorridos. Lo acuesta en la parte delantera del camión y cuando se despierta le ayuda a doblar los cartones. “Es el jefe de la ruta”, bromea. Nadie en la casa de Natalia ha hecho cuarentena pero, como Patricia, ella también se puede imaginar cómo la viven otros. Según lo que se ha encontrado estos días en la basura podría pensar que algunas personas están aprovechando el tiempo para reorganizar sus casas, despejar espacios. “Lo que he visto es que están tirando muchas cosas viejas, como muebles viejos, madera que ya está hasta podrida. ¿Cómo guardaban eso adentro?”, se pregunta. En días de aislamiento y silencio, la basura sigue hablando por la gente y no lo hace muy bien.

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