Almas sustraídas (feminicidio, Coahuila)

¿Qué indigna más que los culpables de feminicidio sigan libres o que se planten en el velorio para exigir la custodia de los hijos de la mujer que acaban de matar o… que le coqueteen a las socorristas que presenciaron el asesinato? El Estado de Derecho es una burla

Texto y fotos: Mariana Rodríguez y Diego Santana (estudiantes Ibero Torreón); Ilustración: Sofía Weidner; Diseño: Édgar de la Garza;  edición: Quetzali García/ VANGUARDIA MX

Un grupo de señoras, algunas con niños en mano, sostiene una gran pancarta con el nombre y fotografías de sus hijas asesinadas. Ellas se encuentran frente a la delegación de la Fiscalía General de Coahuila, ubicada en Torreón.

Una señora de cabellos plateados, que lleva una playera morada en la que se lee “Nos queremos más libres y sin miedo”, narra a las afueras el poema titulado “País horror”:

– ¡Hoy van a matarla y no lo sabe! Nadie lo sabe. No sé dónde pasará, ni a qué hora, ni de qué camino; a la universidad mientras repasa mentalmente lo que vendrá en el examen del próximo jueves, o al volver del trabajo mientras trata de recordar si aún queda arroz en la despensa, o al recorrer los 347 metros desde la parada del parque donde siempre se quita los audífonos y va más alerta, porque hoy hay poca luz y sabe que es mejor acelerar el paso. Nadie lo sabe, pero hoy van a matarla. Y no solo a ella, hay 10 mujeres en este país que hoy no volverán a casa.

La de la voz desgarrada es Ariadne Lamont, integrante de la Red de Mujeres de La Laguna

En Torreón “cuidan a las mujeres”

El Centro de Justicia para las Mujeres parecía un buen punto de partida esa mañana de octubre. Después de cruzar el umbral de la puerta, nos reciben mujeres secretarias, amas de casa junto con sus niños, amigas teniendo pláticas casuales mientras esperan y otras trabajan. Mientras tomamos asiento en lo que nos pasan para realizar la entrevista, mandan a hablar a una de las señoritas que, hasta ese momento, esperaba su turno para ser atendida. Se levanta y camina al escritorio. 

“¿En qué podemos ayudarla?” -pregunta la joven del otro lado del escritorio.

La mujer toma una silla para sentarse, da un suspiro y responde: 

“Quiero poner una orden de restricción contra mi exnovio porque no deja de seguirme.”

¿Y sus sueños?. Así como los feminicidas siguen en libertad y caminan por las calles y viven con normalidad tras haber truncado la vida de sus parejas… Las mamás de las víctimas marchan por ellas, ocupan espacios y no se rendirán.

Toma asiento y comienza a contarle su historia a la joven que escucha atentamente cada detalle. Parece una mañana cualquiera en el Centro de Justicia para las Mujeres, donde alrededor de 250 mujeres van semanalmente bajo diferentes causas, pero siempre con un factor en común: la violencia de género, que consiste en todas aquellas acciones que atentan contra la libertad y el bien psicológico, sexual, económico, físico y patrimonial de la mujer.

En 2019, según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, se registraron mil 125 denuncias por delitos sexuales en Coahuila, 24 feminicidios, 10 mil 647 denuncias por violencia familiar, 202 por violencia de género, 8 mil 889 llamadas de emergencia por violencia contra la mujer

Transcurridos un par de minutos nos abren una puerta que da detrás del lobby, donde vemos una serie de oficinas y salas de usos múltiples. Pasamos por una sala de cuidados a menores donde en su interior se encuentran varios juguetes y zonas de descanso para niños, también se ven oficinas y consultorios con diferentes nombres en las placas de las puertas.

Por estos pasillos se han atendido más de 4 mil 500 casos de mujeres en situación de vulnerabilidad y/o violencia. El centro ofrece talleres de empoderamiento, becas educativas para estudios superiores, acompañamiento psicológico, atención legislativa, consultas médicas, entre muchos otros servicios completamente gratuitos.

“Pero ninguno, ninguno, ni el más macho de los súpermachos tiene la valentía de confesar ‘la maté por miedo’, porque al fin y al cabo el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo”. Es la frase del escritor Eduardo Galeano que se lee a espaldas del escritorio de Martha Rodríguez Romero, directora del Centro de Justicia de las Mujeres en Torreón.

“Antes si tú como mujer ibas a denunciar un caso de violación dentro de tu propio matrimonio, pues si llegabas al mp (ministerio público) hasta se reían de ti”, dice la funcionaria. Rodríguez Romero menciona que ese estereotipo todavía sigue muy marcado en la cuestión de los roles de género.

Al preguntar sobre el incremento de violencia de género en Torreón, la directora responde que lo que ha aumentado es la cultura de la denuncia.

Resalta que su labor no está ni cerca de terminar, ya que para erradicar el problema de violencia de género se necesita trabajar en conjunto con la sociedad el tema de la concientización y la cultura de la denuncia, debido a que muchas veces las mujeres no están conscientes de sus derechos y no denuncian por temor.

Ariadne Lamont, activista y cofundadora de la Red de Mujeres de la Laguna, expone que en el tema de feminicidios existen tres tipos de víctimas: directas, indirectas y potenciales. Las directas son las jóvenes, mujeres y niñas que fueron asesinadas. Las indirectas son su familia, su hijo, su hija, su madre, su padre y las potenciales son todas aquellas personas cuya integridad física se ve en peligro ya sea por impedir o detener la violación a los derechos.

En la Red de Mujeres se han dado cuenta de los fallos en el sistema encargado de hacer justicia. Los casos de feminicidio, recuerda Lamont, los atendía cualquier ministerio público de formación dudosa e incluso algunos desconocían el actualizado sistema de justicia penal acusatorio.

“Nos dimos cuenta que había carpetas completamente vacías”, declara Ariadne indignada.

Aunque poco después se dieron cuenta que el verdadero hallazgo fueron los vínculos que se habían creado entre las mismas madres, que significaban un apoyo emocional y comprensión que ninguna de las mujeres de la Red ni entidades del gobierno habían podido otorgarles: la empatía más pura. Así fue como nació el grupo de Madres Poderosas, haciendo alusión a lo que son: madres que, después de la pérdida de sus hijas, pudieron levantarse para exigir justicia por ellas al mismo tiempo que ven por el futuro de sus nietos. Madres abusadas por un sistema que, encima de que no supo cuidar a sus hijas, todavía abusaba de ellas.

Juntas. Esta es una batalla de todas. Las Madres Poderosas de la Laguna han atravesado un infierno, para que las siguientes sufran menos.

Madres poderosas

En la mañana del 6 de noviembre del 2019, al noroeste de la ciudad, arribamos al lugar donde habíamos constatado una cita con algunas integrantes del grupo y somos bienvenidos por María Elena de la Fuente Cepeda junto con el olor a café, pan recién horneado y dos de sus perros. Al instante nos sentimos en casa.

“¡Hola! Pásenle, pásenle.” apura María Elena animada.

En el comedor se encuentran Rosa María Rocha, Diana Félix y Cristela Soto Contreras bebiendo café y que, al vernos entrar, se levantan para recibirnos con una presentación corta y un beso. Entre los saludos, algunas de ellas charlan:

“Ayer encontraron a una en Lerdo” -dice una de ellas.

“Esa ya tiene rato, ¿no?” responde otra.

Después de los saludos y las ceremonias, tomamos asiento y ante nosotros vemos todo un festín, desde pan dulce, tortillas de harina caseras y café con su respectiva leche y azúcar. Sin duda, habían preparado toda una reunión para recibirnos.

Madres Poderosas lo conforman en su totalidad madres de víctimas de feminicidio y tienen juntándose alrededor de tres años. María Elena considera una desgracia que más mujeres se sumen a este grupo debido a las consecuencias que las llevan a conformarlo. El objetivo de estas mujeres es fortalecerse las unas con las otras porque el dolor que sufrieron y las circunstancias bajo las que perdieron a sus hijas suelen ser complicadas, pero entre ellas encuentran cómo sobrellevarlo.

“El dolor que yo sentí o que todavía siento a veces, porque todavía me caigo mucho, ellas me levantan. Porque ellas comprenden muy bien cada lágrima que se me sale por recordar a mi hija, por la fecha en la que cumple años de muerta, por la fecha en la que cumple años de nacimiento, por las fechas de cumpleaños de los nietos. Nada más ellas que son mis hermanas, nos comprendemos y apoyamos para poder resistir”, dice María Elena al tiempo que ve a sus amigas y todas asienten silenciosamente, como si fueran cómplices de los dolores más profundos de María.

El objetivo del grupo es fortalecer la cultura de la denuncia. Entre sus actividades se encuentran marchas de concientización de violencia de género y feminicidios, ir al Centro de Justicia para las Mujeres con el fin de alentar a las jóvenes a que denuncien cualquier tipo de agresión y que le cuenten a su familia o a quien más confianza le tengan, pero que no lo callen. También están la búsqueda de la patria protestad de sus nietos ya que muchas no la tienen y mejores condiciones para criarlos ante la realidad de que, por la edad de las mujeres, es difícil hacerse cargo de uno, dos, tres, hasta cuatro niños a los que les arrebataron a su madre. La brecha generacional es muy grande entre las madres y sus nietos, lo cual afirman que es un reto.

En Torreón matan a las mujeres.

DANNA

Rosa María Rocha es madre de Danna Milagros Cigarroa Rocha, de 26 años, quien fue asesinada el 11 de octubre del 2015. Rosa María se encontraba en los Estados Unidos cuando se enteró de la muerte de su hija, por lo que tuvo que dejar a su familia para venir a Torreón a proceder y exigir justicia por el caso de Danna.

“La muerte de un feminicidio no es nomás la muerte de nuestras hijas, sino, la derrota de uno de nosotros, que nos tumba, pero mi padre Dios nos levanta, nos mantiene fuertes porque nos dejan a nuestros nietos. Tenemos que salir adelante con ellos”, dice Rosa.

Danna vivía en la colonia Las aves, al oriente de la ciudad de Torreón, al lado de su esposo y sus dos hijos. El esposo siempre la amenazaba con apuñarla y matarla, al igual que a sus niños. Esto fue motivo suficiente para que Danna fuera al Centro de Justicia a pedir ayuda por temor a su vida, pero nada de eso sirvió.

Los hijos se encontraban dentro del hogar, cuando su padre acabó con la vida de su madre. Ese mismo día, el padre fue detenido y llevado preso con 30 años de sentencia, gracias al testimonio de la hija mayor, de 8 años de edad.

El apoyo que se les ofrece a los niños es muy poco a comparación de todo lo que han vivido. La señora Rosa contrató un abogado con sus propios recursos económicos para poder tener la patria potestad de sus nietos porque por parte de las instituciones del gobierno, el procedimiento era muy lento y lleno de obstáculos.

– ¿Los niños han recibido ayuda psicológica?

– Aparentemente sí la tuvieron en el centro de justicia. Ahorita ando con otros trámites y me piden la valoración de los niños, y la pido ahí en el centro de justicia, pero me dicen que como la psicóloga ya no trabaja ahí, entonces el expediente ¡Pug! – hace una seña con sus manos, y al unísono todas las madres dicen:

“Se desapareció”.

-Todo eso fue en vano. Como si no hubiera existido esa terapia para mis niños- replica Rosa María.

Las víctimas indirectas más vulnerables en los casos de feminicidio son los hijos de las madres asesinadas. Los niños que, al no comprender la gravedad de la situación, caen en una clara confusión que no les permite abrirse con cualquiera, por lo que el acompañamiento psicológico es de suma importancia. Según la Unidad de Transparencia de la Fiscalía General del Estado, son 21 huérfanos que han resultado víctimas de feminicidio entre los años 2017-2019, y se estima que, bajo las modificaciones de los códigos penales, sea una cifra mayor a la antes mencionada.

Al hacer una solicitud de información a la Fiscalía General de Estado sobre el número de familias a las que se les ha otorgado acompañamiento psicológico entre el 2017 y 2019, la Coordinación del Centro de Atención y Protección a Víctimas respondió que entre el 2017 y 2018 no hubo ningún caso atendido y que en 2019 se atendieron apenas a 12 víctimas indirectas.

ANA KAREN.

Diana Félix, de 46 años, madre de cuatro hijas, salió de su casa en la colonia Jacarandas el día 3 de noviembre de 2016 rumbo a su trabajo en la ciudad de Torreón, cuando recibió una llamada telefónica:

-Oye, regrésate a la casa porque acaba de llegar la niña descalza corriendo porque… este maldito la violó- le dijo su hermana.

Las lágrimas empiezan a brotar de los ojos de Diana, mientras sus compañeras la agarran del hombro. “Yo iba rumbo a mi trabajo. Yo no lo podía creer, yo quería… yo quería volar”-dice entre sollozos.

Una compañera del trabajo acompañó a Diana de regreso a la casa de la hermana. Al llegar, la hermana le dijo: “La niña está en el cuarto. Está hecha bolita”.

Diana corrió hacía la habitación en donde se encontraba su nieta, e intentó calmar su respiración, pues estaba muy acelerada.

-Tranquila mami, no pasa nada, ya llegó tu abuelita. No pasa nada, ya estoy aquí – dijo mientras abrazaba a la niña, de tan solo 10 años.

Diana llevó a su nieta al Ministerio Público, para que le hicieran un examen con un médico legista. De ahí, la mandaron a la Procuraduría del menor, que en ese momento estaba a reventar de personas, incluyendo a médicos, PRONNIF y el DIF.

Mientras su nieta era atendida por el legista, Diana fue llevada con una licenciada para que diera testimonio de lo que pasó. Diana no sabía nada más, solo lo que la nieta le contó en el camino: el novio de su mamá la había amarrado de pies, de manos y boca en una habitación. En algunos ratos, subía él a desamarrarla para poder abusar de ella sexualmente.

“En ese momento, cuando le platico a la licenciada, me dice: ‘¿Y su hija dónde está?’, y dije ‘no sé’. Recuerdo que me dijo mi nieta que su mamá había salido como a las 3-4 de la mañana, y yo molesta le dije: ‘Pero ¿cómo se salió tu mamá? ¿Cómo te dejo aquí sola?’

Después de dar detalles de lo ocurrido, a Diana le vino a la mente que quizás su hija también estaba amarrada o amordazada en algún lugar de la casa, por lo que le pidió a la licenciada acudir de inmediato a buscarla. Ésta argumentó que era imposible entrar a la fuerza en una propiedad privada sin un consentimiento o permiso legal. “Es que yo soy su mamá. Yo autorizo. Vayan y tumben la puerta”, respondió Diana.

Estando ahí, Diana recibió una llamada de parte de su compañera de trabajo, quién le pasó la llamada a una sobrina suya.

– ¿Qué pasa? – preguntó Diana.

-Tía, ya encontramos a Karen- respondió la sobrina.

– ¿Dónde estaba?

-Tía, ese maldito la asfixió. Está sin vida.

Un dolor interno golpeó a Diana, quien, se lanzó encima, entre llantos y enojo, sobre los fiscales y los policías que se encontraban en ese momento. Luego, en una patrulla la llevaron hasta su casa en la colonia Residencial del Norte, ya acordonada, donde estaba el cuerpo de su hija en el suelo. No la dejaron pasar, ni verla, y había olvidado a su nieta en la procuraduría por el impacto de la noticia. El papá biológico, al enterarse, se hizo cargo de la niña mientras era atendida por el médico.

Diana estuvo todo el día en el Ministerio Público soportando comentarios como: “¿tú lo conocías?”, “¿Tú estabas de acuerdo con esa relación?”, hasta casi las 7 de la noche, en que la dejaron irse. Al regresar a la casa, su nieta ya se encontraba también ahí, sin saber aún que su madre estaba muerta.

Ana Karen Aguilar fue asfixiada a los 27 años de edad con una camiseta, y recibió 6 puñaladas con un cuchillo que la misma Diana encontró debajo de un sillón, a pesar de que la casa estuvo tres meses acordonada.

“En tres meses, nunca pudieron encontrar tan importantes pruebas para el Ministerio Público. Y yo, en un día encontré el cuchillo y el celular de mi hija, que se supone, igual ellos debieron tener como prueba.”

Los policías que estuvieron resguardando la casa de Ana Karen, afirmaron que el responsable estuvo rondando el lugar por mucho tiempo, pero que ellos no lo podían detener porque no había ninguna orden de aprehensión. La orden se concretó siete meses después de la muerte de Ana; tiempo suficiente para que el asesino huyera de la ciudad.

“El Ministerio Público no hizo nada porque no había una orden de aprehensión, y ahora que la hay, no sé dónde encontrarlo. De parte de la fiscalía, han ido a Puebla, pues él es proveniente de allá, pero no lo encuentran. Hay gente que me ha dicho que lo han visto ahí, pero cuando va Fiscalía no lo encuentran, porque van limitados a 36 horas para buscarlo. Si en 36 horas no lo encuentran, ellos tienen que salir de la ciudad”.

Son tres años sin saber nada del asesino de Ana Karen. Tres años llenos de dolor, y cero respuestas.

“Es muy duro. Es muy fuerte. Vivir con este dolor, y seguir adelante, por tus nietos. Ya tienes miedo de dejar salir a otra de tus hijas, ya no les das el permiso, ya no confías en nadie. El miedo nadie te lo va a quitar. Tienes que aprender a vivir con ese miedo. Tienes que sobrellevarlo para que tus hijas vivan en una libertad que se merecen, pero que a ti te da terror soltarlas al mundo tan cruel que está allá afuera. Quieres protegerlas, quieres abarcarlas y que nadie les haga daño. Ya te pasó con una y ya no quieres perder otra más.”

DAISY

La noche antes del asesinato a golpes de Daisy Viridiana Martínez, de 23 años de edad, y madre de un niño de 3 años, ésta se encontraba en la casa de su madre Cristela Soto Contreras, de 54 años, cuando Omar, pareja en aquel entonces de la joven, llegó del trabajo y empezó a discutir porque éste quería llevársela a vivir a una casa que tenían juntos. Daisy se negaba a irse a vivir con él, por lo que no era la primera vez que Omar la amenazaba con quitarle al niño si no cooperaba.

A día siguiente, el 21 de julio de 2016, Daisy se encontraba una vez más en la casa de Cristela para despedir a su hermana menor, quien iría a una competencia nacional de taekwondo en Monterrey, cuando recibió una llamada de Omar, con unas copas de más, reclamándole su ausencia en la casa.

Luego de una larga discusión por teléfono, Omar llegó en un camión de personal, y le siguió insistiendo a Daisy en irse de ahí. Sin embargo, el hijo de ambos, también se resistía en abandonar la casa de su abuela.

“Entonces le dije a mi nieto «Hijo, váyase allá con su mamá, porque usted es el único hombrecito y tiene que cuidarla». Por consiguiente, Daisy tomó a Dominick, su hijo, y se fueron junto con Omar en el mismo camión.

No pasaron quince minutos cuando Dominick llegó gritando y llorando a la casa de su abuela. Cristela, quien estaba bañándose en ese momento, salió acelerada con un blusón largo. Dominick pedía ayuda, y salió corriendo junto con su abuela a la calle. Al salir, Cristela se percató de que la pareja se encontraba dentro del camión, e intentó abrirlo desesperada mientras por dentro Omar gritaba. Luego de algunos minutos, Omar abrió la puerta y Cristela al asomarse, vio a Omar arrastrar a Daisy por el suelo, para luego aventarla al pavimento a los pies de ésta.

Omar comenzó a gritar que lo perdonara, que él había cometido un error, que no sabía lo que había hecho. Los vecinos ayudaron a Cristela a levantar a Daisy del pavimento, luego ésta, al cargarla y llenarse las manos de sangre, la acomodó en una silla.

“Hija de mi vida ¿pos’ qué tienes? ¿Qué te hicieron?”, le decía Cristela, sin tener respuesta alguna. Los vecinos llamaron a la cruz roja, quienes en seguida entubaron a Daisy.

-Señora, su hija viene bien grave, y pues nos la vamos a llevar. Díganos qué pasó- le dice uno de los enfermeros.

-No sé, no sé lo que pasó ¡La regué! – contestó Cristela, mientras Omar seguía gritando que lo perdonaran.

Daisy fue trasladada al hospital general del manto de la Virgen, y al llegar, un médico le informó a Cristela que su hija iba brutalmente golpeada, tanto como para perder la vida. Daisy no resistiría. Falleció ese mismo día.

El día del sepulcro de su hija, Omar llegó con una carta, la cual entregó a Cristela en donde se leía que estaba demandada por no quererle entregar al niño. La más grande de sus hijas, se fue inmediatamente para el Centro de Justicia y empezó a llenar trámites para la patria potestad del niño a nombre de ésta.

Un día Omar, junto a una de sus hermanas, llegó a la casa de Cristela, para intentar llevarse a la criatura.

-Présteme al niño- exigía Omar.

-No, nunca te voy a prestar al niño. Óyelo bien. Anteriormente te lo prestaba, pero ahora nunca- exclamaba Cristela.

-Ándele, ya préstemelo.

-No. Si tú me entregas a mi hija, yo te presto con todo gusto a mi hijo, como siempre. Pero entrégame a mi niña primero.

“Mi hijo se escondía debajo de la cama, se cubría con las cobijas, no dormía porque decía que venía el ‘monstro’ por él. En la casa ponía muchas trampas para agarrar al monstro. Decía: mami, deja pongo trampas para agarrar al monstro y ya nada más llamas a la patrulla para que se lo lleve.”

PAOLA

(a petición de Carmen Alvarado, los nombres en esta historia fueron cambiados)

El 11 de febrero de 2018, Carmen Alvarado, de 40 años, junto su familia, tuvieron un desayuno en la casa, donde tíos, abuelos y primos se reunieron. Esa mañana, Paola Montserrat Alvarado, su hija, le dijo que estaba decidida a terminar la relación violenta que tenía con Víctor, su pareja, pues estaba harta del estilo de vida que llevaba al lado de él. Víctor, según Paola, estaba de acuerdo en terminar también.

El día de 10 de febrero, Paola le dijo a su madre que, si algún día le llegaba a pasar algo, nunca dejara al niño en manos de Víctor.

“Mami, ahí te encargo mucho al niño”, fueron las últimas palabras que Paola le pronunció esa mañana antes de subirse a una moto con Víctor y salir a un mandado, según le dijeron a Carmen.

Casi a la media hora de que ambos salieron, el hijo de Paola se levantó llorando, por lo que para calmarlo decidió llevarlo a la tienda a comprarle un dulce. Al regresar, recibió una llamada del celular de Víctor; era la voz de una mujer, quien le informó que la pareja había sufrido un accidente.

“Me valía madre él, yo lo primero que dije fue ‘¿cómo está ella?’ y lo primero que me dicen es ‘señora, ella es la que está muy mal.’ Pues yo salgo corriendo como loca, detrás de mí sale corriendo una sobrina, y detrás de ella, mi hermana en un taxi.”

A la altura de la funeraria Gayoso en periférico, la hermana le gritó por detrás de la ventana que se tranquilizara, que ya había hablado con ellos y que estaban bien. Sin embargo, al llegar al lugar del accidente, Paola estaba tirada con la cabeza muy inflamada. Tres patrullas arribaron, y cuando la desesperación invadió a Carmen, empezó a llorar y gritar. Víctor, se levantó del pavimento, y se paró frente a Carmen diciéndole “yo no tuve la culpa”.

Minutos después, la ambulancia se llevó a Paola al hospital, mientras Carmen se movió por otro medio. Cuando Carmen llegó, un médico la recibió y le dijo: “Su hija va a fallecer en cualquier momento. Viene muy grave.” Ella traía insuficiencia de masa encefálica, las costillas rotas, el cuello fracturado, la pierna golpeada y estaba desangrándose.

“Lo peor es ver a tu hija en la mañana de una manera, y después verla en una caja o en un hospital con muchos aparatos, toda conectada. Fue lo peor. Entré a la habitación, y mi hija estaba toda raspada, con el ojo semiabierto porque traía todo esto desfigurado- dice Carmen mientras señala con el dedo su rostro – yo le gritaba que le echara ganas por el niño. Al pasar los días, los doctores le dijeron que era una mujer muy joven y su corazón apenas estaba empezando a vivir, que era lo que la mantenía viva, pero que ya no estaba consciente, no tenía capacidad de pensamiento.

Víctor también estaba internado en el mismo hospital, y personas del Ministerio lo interrogaron con las cortinas cerradas en donde se encontraba. Ellos jamás se acercaron con Carmen y su hija.

El día 14 de febrero, una testigo del accidente llegó con Carmen y le dijo:

-Señora, este chavo me está mandando mensajes, y me está enamorando. Y se me hace muy feo porque Paola todavía no fallece. Él me está enamorando diciéndome que en el accidente donde yo estaba auxiliando a su hija, yo lo estaba viendo mucho, y lo sonrojaba.

Con esa información, Carmen corrió a presentar la denuncia en contra de Víctor, y pasaron el caso a feminicidios.

El 16 de febrero, tanto fiscales y agentes del ministerio público fueron al cuarto de su hija, donde la descubrieron y le quitaron los vendajes para tomarle fotografías. Una licenciada le dijo que en el momento en que ella falleciera, el cuerpo ya no le correspondería. No podría cremarlo porque en caso de alguna investigación se iba a requerir sacar el cuerpo de nuevo.

En las primeras horas del 17 de febrero de 2018, Paola Alvarado falleció, y al investigar sobre el caso de su hija, con ayuda de la licenciada Ariadne Lamont, descubrió que el expediente de la muerte de Paola nunca existió.

Víctor sigue libre, y el patrón sigue repitiéndose; tuvo una hija con una mujer, a quien llamó con el mismo nombre, “Paola”, y la violencia siguió presentándose. Él perdió la guardia y custodia definitivamente, pero eso no fue impedimento para que Víctor siguiera vigilando y amenazando a Carmen por la custodia del niño.

ALEJANDRA

Era la nochebuena del 24 de diciembre del 2015, aproximadamente las 11:30 de la noche, en el cerro de la cruz en Torreón, cuando Angélica Martínez, de 50 años, iba saliendo de un rosario de una tía. Mientras los familiares se despedían, un sobrino llegó corriendo para decirle que su hija, Alejandra Gámez Martínez y su novio de aquel entonces, estaban tirados sobre el pavimento llenos de sangre. Angélica, cargando en brazos a uno de sus nietos, salió corriendo hasta donde se encontraba su hija.

Al verla en el suelo, sin pensarlo, entregó al niño a una persona que ella no puede recordar, y le gritaba “¿qué te hicieron?”. Angélica se hincó a su hija, la sostuvo en sus brazos y pudo sentir cómo ésta daba un último suspiro. “Ella ya terminó”, pensó en ese momento Angélica. El novio, quien se encontraba a unos metros sobre una piedra, gritaba que había sido Vicente, el esposo de Alejandra. Angélica comenzó a gritar para que llamaran a la cruz roja, a pesar de estar segura que su hija ya estaba muerta. Las nietas más grandes, llegaron al lugar y vieron a su madre cubierta de sangre.

Angélica entró en un shock emocional, que no recuerda a detalle cómo se enteró su esposo, ni cómo enfrentó a sus nietas para decirles que su madre ya no iba a estar para abrir lo regalos de navidad junto con ellas. Alejandra falleció esa noche en el hospital.

El día 26 de diciembre, sepultaron a su hija, y el 28 de diciembre iban en un taxi, su esposo y ella, de camino a la procuraduría a poner la demanda contra Vicente cuando el conductor recibió una llamada anónima:

-Baja a esos hijos de la chingada porque los vamos a matar- se oyó detrás del teléfono.

– ¿Cómo? – dijo asustado el taxista.

-Que los vamos a matar. Bájalos.

– ¿Qué hago? – preguntó el taxista a Angélica y su marido.

El taxista manejó hacía la Alianza para ver si encontraban una patrulla e informarles que los habían amenazado a muerte. Ahí, bajaron del taxi y el esposo les habló a los GATES para que los escoltaran hasta su casa.

Después de ese suceso, tuvieron que salir de su hogar porque también querían matar a la otra hija y esposo de Angélica.

“De ahí, yo ya no supe qué pasó con la demanda. Después volví a ir a la procuraduría, pero pues puras vueltas, y hasta la fecha no hay razón. Ni de él, ni avances, ni nada. A mí nunca me han hablado. Mis compañeras tienen cita porque les hablaron, y a mí nada. ¿De qué se trata? El caso de mi hija y el de ellas, es lo mismo. Es feminicidio”.

Jamás volvieron a saber nada de Vicente. Incluso una vez les llegó la ubicación de dónde se encontraba, por lo que recurrieron al comandante de la procuraduría para decirle que fueran a detenerlo, pero no le hizo caso alguno.

“No, el comandante quería que uno fuera, le tocara la puerta y se lo entregara. No se vale, en verdad no se vale…”

CECILIA

María Elena de la Fuente, de 60 años de edad, tenía junto con su familia un grupo de WhatsApp. La noche del primero de octubre recibieron un mensaje de su hija Cecilia Aidee Egía, de 29 años, confirmando su asistencia a la mañana siguiente al Seguro Social para cuidar a su sobrino, hijo de su hermana Claudia, quien estaba internado durante esos días de octubre.

La mañana del 2 de octubre, Cecilia no llegó al Seguro Social como lo había acordado, y tampoco contestaba ningún mensaje ni llamada. Claudia, sin respuesta alguna, le dijo a María Elena que fueran a buscarla.

Ambas fueron a buscar en la casa de Cecilia, pero nadie abrió la puerta. Después, se dirigieron a la escuela primaria de sus nietos, pero las maestras aseguraron que no habían ido esa mañana. Luego, marcharon hacia la casa de los padres de Édgar, papá de los niños, y con quien Cecilia llevaba un proceso de divorcio debido a la violencia que vivía con él. La madre, abuela de los niños, salió sollozando:

– ¡Yo les dije que no se divorciaran! Yo les decía que no -exclamaba la señora.

-Pues ¿qué pasó? ¿Dónde está Cecilia? – dijo María Elena asustada.

La consuegra permanecía callada evitando la respuesta.

– ¿Dónde está Edgar? – insistía María Elena.

-Se fue con su papá, con el licenciado a ver lo del divorcio.

María y Claudia fueron al hogar de Ceci, en el fraccionamiento “El Castaño” luego de que la madre de Édgar les prestara las llaves del carro de éste, donde también tenía las llaves de la casa.

Al arribar al domicilio, no había absolutamente nadie, y el lugar estaba limpio de pies a cabeza.

“Es que ayer Ceci se fue desde la mañana al seguro, y la casa no estaba limpia. Había trastes sucios, camas sin tender, juguetes regados. Y ahorita mamá, todo está limpio, trapearon hasta los botes con mucho pinol” dijo Claudia, con extrañeza.

Esa situación preocupó aún más a la madre y hermana, quienes siguieron buscando a Édgar la mayor parte del día para que les dijera el paradero de Cecilia, pero no volvieron a saber nada más de la pareja. Al día siguiente fueron a poner la denuncia de desaparición, y tiempo después averiguaron que Édgar había pedido 15 días de vacaciones en su trabajo, pero nunca apareció.

La noche del 2 de octubre, un guardia de seguridad del fraccionamiento, vio salir a Édgar en su carro aproximadamente a las 3 de la mañana, que se dirigía por la Juárez hasta donde se encontraban unos lotes baldíos. El hijo varón de María Elena, tenía un bar por aquellos rumbos, y vio regresar a Édgar a las 4 de la mañana, pensando que éste había ido a donar sangre para la operación de su hijo.

María Elena y su familia empezaron una búsqueda exhaustiva por todos los hospitales de la Comarca.

“Solo quería que él me dijera si le había hecho algo, o dónde estaba, o si la había golpeado, o si estaba escondida para poder llevarla al médico para que se recuperara. Cuando aún tenía esperanzas de que estuviera viva.”, dijo María Elena con una mueca de tristeza en el rostro.

Con ayuda de familiares, amigos, vecinos y compañeros de trabajo fueron a cada terreno baldío que encontraban de la ciudad, y su sobrino encontró a Ceci, en un estado de descomposición, en un terreno baldío de la colonia ex hacienda La Perla.

El caso pasó de estar desaparecida a homicidio, y ahí empezó un peregrinar constante con las autoridades.

“Las autoridades dicen «ay la mató el esposo, bueno, era el marido» ¿Y eso qué? Yo les decía que fueran a investigar. Casi casi, me los llevaba a rastras a la casa de Ceci para que se pusieran a trabajar”

Meses después, Édgar fue detenido, sin embargo, duró nueve meses en la cárcel. Él había llegado amparado a fiscalía para decir qué es lo que había pasado. Entonces, al momento de decirle que pusiera sus huellas digitales para compararlas con las que tenía Cecilia en el cuello, éste se negó rotundamente. El 14 de julio de 2015, salió de la cárcel tras concederle otro amparo. Édgar confesó cómo había asesinado a su esposa, pero alegaba que lo habían torturado para obtener la información. Por eso mismo, un juez lo dejó libre, sin notificarle nada a María Elena.

“Yo como ciudadana estoy muy molesta e inconforme con el gobierno, porque todo está hecho con las patas. En ese momento, a mí nunca me dijeron «no cremes a Ceci porque tenemos que buscar pruebas. Nunca me dijeron que tenía derecho a un abogado. Nunca me dijeron que tenía derecho, por parte del gobierno, a que se me asignara un abogado penalista. Nada. Nunca. Ellos entre menos tengan que trabajar, mejor”, dice enojada.

Y el poema terminó:

– Qué alguien nos diga de una puta vez: ¿quiénes son? ¿Son padres de familia? ¿Estudian aún? ¿Son dueños de un pequeño negocio? ¿Están locos? ¿Van a la iglesia y se dan golpes de pecho? ¿Besarán a su novia, esposa e hijos cuando vuelva esta noche después de matar a una mujer? ¡10 asesinos que hoy se irán a dormir, y 10 asesinos mañana!, pero en este país vergüenza, la culpa siempre es de ella. En este país horror, nadie sabe nada.

Ariadne Lamont suelta el micrófono, y se incorpora a un lado de sus compañeras de Red de mujeres y Madres Poderosas, que sostienen la pancarta con la mirada de frente, y una leve sonrisa.

 

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