Lo que queda en Salaverna

Lunes, 2 de mayo de 2016
CLAUDIA BELMONTES

Una carretera sinuosa y un majestuoso paisaje de la Sierra Madre Oriental dan la bienvenida a la comunidad Salaverna, en el municipio de Mazapil, ubicado en pleno semidesierto zacatecano.
Al llegar pareciera que se trata de un pueblo fantasma, por el silencio que domina; los ladridos de unos perros que deambulan por la calle dan indicios de que quizá haya personas en las desgastadas casas del lugar.

Emilia de la Torre es uno de los pocos habitantes que quedan en la localidad; está casada con Celestino Guevara, dueño de lo que hace cuatro años aún era la tierra de abarrotes más surtida en Salaverna, pero desde 2012 la vida ahí ya no es igual.
“Desde aquel año, cuando se presentó un hundimiento en la mina Tayahua, el gobierno del estado nos ha querido correr de nuestras casas, que porque estamos en riesgo de que esto se derrumbe”, recordó la mujer.
Salaverna era una comunidad en la que convivían más de 80 familias; ahora sólo hay 16, cuyos integrantes se resisten a dejar sus hogares, pues autoridades federales y estatales les han pedido abandonar el poblado ante el presunto riesgo que implica una falla geológica localizada a unos 10 kilómetros.

Emilia aseguró que no hay peligro, que el argumento de ambos gobiernos es mentira: “nos quieren correr porque quieren abrir el cerro y sacar el mineral”.
La mujer miró de manera melancólica las ruinas de la capilla del “viejo” Salaverna y después continuó su relato: “estamos en completo abandono desde que eso pasó. Muchos licenciados nos han ofrecido unas casas que muy buenas y que muy bonitas. Pero pos’ los de allá abajo (quienes viven en Nuevo Salaverna) me dicen que batallan mucho porque no tienen agua, que porque las casas están chiquillas, que no pueden tener animales y hasta tienen que andar cuidando a los niños para que no los vayan a atropellar”.
ara ella, no es necesario tener mucho para ser feliz, pues aunque vive en la pobreza, disfruta de sus actividades en el pueblo, como hacer de comer mientras siente el viento que se cuela por la ventana de su cocina.

Soportan la presión

Micaela Zamarripa Hernández, vecina de Emilia, se unió a la narración y contó cómo su familia se ha enfrentado a innumerables amenazas y malos tratos de los representantes de Tayahua, proyecto de la minera Frisco, propiedad del magnate Carlos Slim Helú.
También recordó el hundimiento de 2012 y que desde entonces cambió el pueblo; luego directivos de la empresa extractiva y autoridades estatales comenzaron a presionar a los habitantes para que abandonaran sus viviendas y se unieran a las decenas de familias que se mudaron al Nuevo Salaverna.

“Yo también tengo una tiendita, pero como los de seguridad de la mina ya no dejan subir a los repartidores, pues nosotros vamos hasta Mazapil o Concha del Oro para traer por lo menos algo que no se nos pudra”, mencionó.

“Antes vendíamos de todo: fruta, verdura, arroz, azúcar, maíz. Ahora no ganamos nada con traer ese tipo de productos, que se nos echan a perder, porque no hay quién los compre, ya hasta a los mineros les prohibieron subir a comprar”, lamentó.

Emilia y Micaela coincidieron en que uno de los problemas de seguir en la comunidad es la deficiencia en los servicios; obtener el gas es muy difícil, ejemplificaron, hay que ir a conseguir los tanques a los municipios aledaños, porque tampoco se permite el paso a las gaseras.

Casi siempre hay agua, aunque no es limpia; “siempre tenemos con qué lavar o hacer el quehacer de la casa, pero no la podemos beber porque es la que usa la minera para prender su máquinas, por eso para tomar tenemos que comprar garrafones”, expuso Emilia.

Agregó que cuando inició el conflicto también les quisieron quitar la luz, pero como se trata de un servicio que otorga una dependencia federal, la Comisión Federal de Electricidad (CFE), “no pudieron hacer nada y se resolvió el problema inmediatamente”.

Se van amenazados

Roberto de la Rosa Dávila, delegado de Salaverna, aseguró que, como la única forma de trabajar ahí es la siembra, la ganadería o la minería, a muchos se les amenazó con despedirlos si no entregaban sus casas.

“No todos los que se fueron del pueblo lo hicieron convencidos de querer vivir allá, en el Nuevo Salaverna; a muchos los amenazaron con que, si no se iban, los corrían de la mina y, como la mayoría trabajaba ahí, pues tuvieron que irse”, explicó.

Con la mudanza de cientos de habitantes, la economía del lugar casi se paralizó y a tiendas como la de Emilia de la Torre y Celestino Guevara ya nadie va.

Pero ésos no son los únicos daños surgidos de la migración a Nuevo Salaverna, también los niños han sido perjudicados.

se es el caso de Emiliano Guevara Torres, un chiquillo de 10 años inquieto y que, pese a su edad, se da cuenta de que la situación de su pueblo no es la misma desde hace años, porque la minera Frisco cambió su mundo y el de toda la gente de la comunidad.

“Me acuerdo que un día vinieron unos señores, aquí a la casa de mis abuelos, y les enseñaron unos papeles. Los veía muy enojados y como asustados, bueno, digo que estaban asustados porque yo así me pongo cuando me regaña mi mamá”, y al decir esto, Emiliano se sonrojó.

Continuó su historia entre triste y apenado: “antes la escuela estaba acá, en el pueblo, pero se la llevaron al Nuevo Salaverna y ya no puedo ver a todos mis amigos; antes, después de la escuela, jugábamos toda la tarde y corríamos, ahora todo está callado y arrumbado”.

Pero eso no ha sido la parte más difícil, resaltó, pues ahora, para los que se quedaron, asistir a clases todos los días es muy complicado, pues tienen que recorrer cerca de 5 kilómetros para llegar a la escuela.

“Muchos lo hacen a pie, otros en camioneta, por eso nos dan permiso de llegar media hora tarde a los que vamos desde acá arriba”, relató Emiliano.

El camino entre los dos pueblos consta de dos tramos: primero un kilómetro de terracería, muy incómodo según el niño, y después la carretera ya está pavimentada.

Contrastes

Nuevo Salaverna es muy diferente al pueblo del que se inspiró su nombre; en el fraccionamiento construido por Frisco todas las calles están pavimentadas y hay variedad de servicios: televisión por cable, teléfono, Internet, alumbrado público, drenaje y agua potable.

Pese a estas ventajas, no todos están contentos. Uno de ellos es Jesús Montoya Cárdenas, quien dijo estar arrepentido de haber entregado su casa a cambio de una de las de la nueva unidad habitacional.

Se quejó de que a quienes cedieron, la empresa extractiva no les ha cumplido todo lo que prometió hace cuatro años.

“Nos dijeron que si nos veníamos para acá nos iban a dar escrituras de las casas, 15 mil pesos y que hasta un salón de fiestas nos iban a poner. Íbamos a tener todo: iglesia, hospital, escuela, pero de qué sirve, si ni maestros hay para todos los niños”, reprochó.

Jesús aclaró que ya entregaron las escrituras de las viviendas a todos los que se mudaron a Nuevo Salaverna; sin embargo, confesó: “sabrá Dios qué dicen, ni leer ni escribir sé”.

En los documentos que repartió la empresa no se da certeza jurídica a los que habitan.las casas en ese fraccionamiento, pues se especifica que la minera es propietaria de los lotes y de los inmuebles entregados.

Con lágrimas en los ojos, Jesús refirió que desde que se mudó, su vida cambió por completo. “Uno no sirve para estar encerrado, pero ya ni cómo regresar allá arriba: cuando uno decía que sí se venía para acá, en ese momento le hacían unos hoyos a las casas y un camión las tumbaba”.

Otro de los descontentos es Manuel Morales Cárdenas, quien calificó como “un golpe” la mudanza al nuevo poblado, porque lo que más ha visto afectado es su salud.

“De qué sirve que haya una clínica aquí cerquita, si está cerrada. Sólo la abren de lunes a viernes y por la mañana; aparte, si no alcanzas cita, ni te atienden”, criticó.

Manuel y Jesús aseguraron que son muchos los que están molestos con el nuevo estilo de vida que han adoptado e incluso que están dispuestos a regresar al viejo Salaverna, aunque sus casas hayan sido destruidas por la minera; sin embargo, los demás vecinos se negaron a hablar.

http://ntrzacatecas.com/2016/05/02/lo-que-queda-en-salaverna/