Mujeres y niñas: las mayores víctimas de la militarización en México

Mónica Castro/Infobae
15 agosto 2022

La historia en nuestro país, ha demostrado que es la población femenina la que más ha sufrido las consecuencias de una política de seguridad a cargo de las Fuerzas Armadas

El 3 y 4 de mayo de 2006, cuando Enrique Peña Nieto era gobernador del Estado de México, elementos policiales de la entidad realizaron un operativo en San Salvador Atenco con la intención de disolver el movimiento de protesta que surgió en rechazo a la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México que se pretendía construir en Texcoco.

Durante el operativo, dos personas murieron, decenas de mujeres fueron abusadas y más de 200 personas fueron detenidas.

Las mujeres no solo sufrieron la detención ilegal y arbitraria por parte de policías en el municipio de San Salvador Atenco y en Texcoco, sino que también sufrieron tortura física, psicológica y sexual, así como falta de acceso a la justicia.

El caso de Atenco se convirtió en uno de los más emblemáticos de México en materia de violación de derechos humanos e impunidad y puso en la mira de activistas y organizaciones feministas, a aquellas otras víctimas del uso excesivo de la fuerza militar: las mujeres.

Este 12 de agosto el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) hizo pública y explícita su intención de que el Ejército y la Marina continúen de manera oficial sus labores en la seguridad del país, de ser necesario, realizando modificaciones a la ley.

Al mismo tiempo, volvió a insistir en la importancia de que la Guardia Nacional (GN) se incorpore a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y negó la posibilidad de que llegara “otro Felipe Calderón” a declarar otra guerra contra el narcotráfico.

Sus declaraciones han vuelto el debate de la militarización a la discusión pública y han encendido las alarmas, sobre todo para aquellas “víctimas colaterales”.

Y es que diversas investigaciones llevadas a cabo por Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC), han revelado que la presencia de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad pública ha representado un impacto negativo y letal en la vida, sobre todo de las mujeres y las niñas.


“Las mujeres de X’oyep” Chenalhó, Chiapas. 1998 / Estudios de ONGs han demostrado que en México, la presencia de los militares está relacionada con el incremento de violaciones a los derechos humanos de las mujeres, sobre todo en comunidades indígenas (Foto: Pedro Valtierra/Secretaría de Cultura México)

Según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) realizada por última vez en 2016 a cargo del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), tan solo en el año previo a la encuesta, un aproximado de 97 mil mujeres mayores de 15 años en el país fueron violentadas por militares o marinos.

De las agresiones que sufrieron a manos de militares y marinos, es destacable, por ejemplo, que 13.7% reportaron haber sufrido manoseos, tocamientos, arrimones o levantones de ropa; 19.7% declararon haber sufrido patadas, golpes, pellizcos y empujones; 18% dijeron haber sido vigiladas o seguidas y 4% aseguraron haber sufrido violaciones o intentos de violación por parte de los soldados.

Agregado a esto, datos recabados por el mismo INEGI en la Encuesta Nacional de Población Privada de la Libertad (ENPOL), el 41% de las mujeres que fueron arrestadas por integrantes de la Marina fueron víctimas de violación, en comparación con 5% en el caso de los hombres.

Fuerzas Armadas trastocan la vida de las mujeres
Valentina Rosendo Cantú, una mujer indígena me’phaa, tenía 17 años cuando fue víctima de violencia sexual por parte de miembros del ejército mexicano mientras se encontraba lavando ropa en un arroyo cerca de su casa, ubicada en Barranca Bejuco, municipio de Acatepec. Sucedió un 16 de febrero de 2002 mientras la interrogaban sobre la ubicación de varios hombres de su comunidad para dar con su paradero.

Inés Fernández Ortega, igual de origen me’phaa, vivió algo similar: fue asaltada sexualmente por militares que allanaron su domicilio en Barranca Tecuani, una comunidad de la zona serrana de Ayutla de los Libres, el 22 de marzo de 2002.

La violación sexual y tortura que padecieron estas mujeres indígenas, se dio en el marco de la militarización de los territorios indígenas de la Región de la Costa-Montaña del estado de Guerrero.


Mujeres víctimas de tortura sexual durante un operativo en 2007 en Atenco, 2018 (Foto: Isaac Esquivel/Cuartoscuro)

Quetzalli Villanueva, abogada y defensora del Centro de Derechos Humanos de la Montaña “Tlachinollan”, comentó en entrevista con Infobae México que en la entidad guerrerense se tienen muchas experiencias que comprueban que la presencia de militares trastoca de manera negativa, la vida de las comunidades y en especial de la población femenina:

Las mujeres no están seguras en las calles mientras los cuerpos militares deambulen por los poblados con la “excusa” de contener las actividades de grupos delincuenciales o del narco. Y esto no solo los sostiene la defensora —quien ha acompañado varios casos de crímenes por parte del ejército contra integrantes de comunidades indígenas—, ni lo que les sucedió a Inés y Valentina fueron casos aislados.

En una exploración hecha por investigadores de Intersecta, en la CIDE-PPD, que es una base de datos publicada por el Programa de Política de Drogas (PPD) del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) en el 2016, se comprobó que la mayoría de los enfrentamientos entre Fuerzas Armadas y grupos delictivos no fueron resultado de una actuación jurídica o de inteligencia por parte de estas autoridades. Fueron, más bien, resultado de patrullajes o de las autoridades deambulando, ocupando el territorio.

Años de lucha, ¿en vano?
Los casos de Inés y Valentina, fueron conferidos a la “justicia militar”, es decir, fueron investigados durante años por la misma institución que se señalaba como culpable. Sin embargo, gracias a que llegaron a instancias internacionales en 2011, fueron trasladados de la jurisdicción penal militar a la jurisdicción ordinaria.

Además, debido a las exigencias de sus comunidades y de defensores de derechos humanos en el caso de Valentina, se lograron aprobar las reformas al Código de Justicia Militar, en las que se establece por primera vez una restricción al uso del fuero militar. Como consecuencia, los casos de violaciones de derechos de personas civiles pasaron de ser juzgados por tribunales militares a estar en manos del sistema ordinario de justicia.


Inés y Valentina, mujeres indígenas víctimas de violencia sexual militar, han luchado acompañadas de organismos nacionales e internacionales de derechos humanos, para obtener justicia por sus casos (Foto: cejil.org)

La facultad de investigación de delitos que tiene actualmente la Guardia Nacional —la misma que fue derogada tras el caso de Valentina—, se formalizarían en el papel y pasaría a manos de la misma Sedena, de integrarse la primera a la última, advirtió Quetzalli.

Lo que ya se había logrado con la sentencia de Valentina, que representó años de exigencias y trabajo de defensa, se puede venir abajo de oficializarse la integración de las Fuerzas Armadas a las tareas de seguridad pública.

La solución, ¿capacitar en derechos humanos a los militares?
De acuerdo con la Secretaría de la Mujer del estado de Guerrero, “las mujeres (principalmente, las de comunidades indígenas) siguen padeciendo las consecuencias de una estructura patriarcal ciega a la equidad de género, especialmente en instancias como Fuerzas Armadas o policiales, donde se les entrena para la defensa, el combate o el ataque a criminales, pero no se les sensibiliza en los derechos humanos de la comunidad y de las mujeres”.

Frente a esto, tanto los mandos del Ejército como el mismo presidente López Obrador, han presumido que sí se ha capacitado a las Fuerzas Armadas en la materia e incluso se ha dicho que dicho proceso de formación “es una muestra del giro histórico que se dará a las funciones de las Fuerzas Armadas con especial énfasis en el respeto a los derechos humanos”.

No obstante, la realidad es otra y lo cierto es que las instituciones militares en México, no están asumiendo la obligación de capacitar a su personal, al menos no con la rigurosidad necesaria, según un informe realizado por Data Cívica, Equis Justicia e Intersecta titulado “Falsas salvaguardas”

El documento concluye que la existencia de una estrategia de capacitación en derechos humanos y género, por sí misma, no garantiza que los militares que las reciben, estén, en efecto, capacitados y respeten derechos humanos al ejercer sus labores.

Por una política de seguridad no militarizada
Quetzalli opinó que por toda esa violencia que recae sobre los cuerpo de mujeres, niñas y personas de comunidades que han sido históricamente marginadas y que, además, ha quedado comprobada en investigaciones, testimonios e incluso cifras, la política de seguridad no puede apostarle a la militarización, a los grupos armados, sino que tendría estar hecha considerando la garantía de estos sectores a una vida libre y en paz.


En contradicción con sus promesas de campaña, López Obrador propone militarizar la seguridad pública en el país (Foto: Mario Jasso/ Cuartoscuro)

Las contradicciones del presidente, siguen sembrando dudas y confusión en aquellos que vieron al menos el esbozo de un cambio, por más pequeño o grande que fuese:

“Esto no está en concordancia con lo que en un principio se había prometido en las campañas, porque sabemos que la Cuarta Transformación y el gobierno de AMLO, ha sido una promesa para muchísimas personas que durante mucho tiempo vivieron en los regímenes sumamente represivos de Calderón, Zedillo, Fox…”

Finaliza la abogada y defensora.

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