Triple invisibilidad de mujeres en Sinaloa

Javier Valdez Cárdenas, Sinaloa.

La mujer en Sinaloa vive una ‘‘doble o triple invisibilidad’’ por el acoso ‘‘normal’’ que padecen en sus vidas cotidianas, la presencia del narco y la violencia que genera, así como la impunidad ante un gobierno que ‘‘no hace nada’’ y alimenta que estas agresiones se multipliquen.

En el estado suman al menos 41 mujeres asesinadas de enero a julio de 2016, y 430 en los cerca de cinco años y medio de gobierno de Mario López Valdez, quien se ha negado a instaurar la alerta de género, como demandan organizaciones de derechos humanos y activistas, por temor a dañar la imagen de la entidad y afectar inversiones y turismo.

El caso más reciente fue el asesinato de Arina Villa, de 38 años, a manos de su esposo, Efrén Cázares, quien la mató a machetazos en su domicilio el 7 de julio, en la comunidad El Platanar, municipio de Badiraguato.

En 2011 se documentó el homicidio de 110 mujeres; en 2012, 79; 2013, 68, y 2014, 83, para luego bajar a 48 en 2015, según registros de organizaciones no gubernamentales que luchan contra la violencia hacia ese sector de la población.

Para Natalia Reyes Andrade, integrante del Colectivo de Mujeres Activas de Sinaloa y consejera del Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), el acoso que sufren es cotidiano en el transporte público, en la calle y en el trabajo.

‘‘Y no hay ciudadanos que intervengan, aunque se percaten de estas agresiones, y si denuncian, los policías se ríen o no saben cómo actuar. A todo esto se añade el narcotráfico y un gobierno que no hace nada’’, reprocha.

‘‘Es una doble o triple invisibilidad, porque no nos ven como personas, sino como objetos, algo efímero. Hay muchísimo acoso, pero no decimos nada porque los polis se ríen si haces una denuncia en la calle; pero además aquí todo mundo tiene armas de fuego o conoce a un narco. Lo otro es que con el machismo se arraigó el sentimiento de propiedad hacia las mujeres… y el narcotráfico lo ahondó’’, expone.

En el país, refiere, hay más de 10 solicitudes de alerta de género ante autoridades federales y estatales, entre ellas en Sinaloa, Guerrero, Oaxaca y la Ciudad de México, pero todavía no se autorizan y muchas veces las niegan porque prevalecen intereses políticos por encima del sentir social.

Reyes Andrade recuerda que si una mujer atestigua un levantón en su colonia, corre más riesgo si lo denuncia, pero el peligro disminuye si quien denuncia es hombre, porque los vecinos pueden respaldarlo y protegerlo, ‘‘y la mujer no tiene esto, no tiene barrio que la respalde, entonces es más vulnerable’’.

Yiang Guadalupe Díaz, de 22 años de edad, hablaba ante un auditorio repleto de estudiantes y catedráticos en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS), el 7 de abril de 2016.

Su participación fue interrumpida por un hombre que ingresó armado al campus y la sacó de ahí a gritos y golpes. La condujo hasta un vehículo, la metió violentamente y se la llevó.

Nadie en el auditorio, ni estudiantes ni maestros, hicieron algo por detener al agresor o quitarle de sus manos a la joven víctima. Los guardias que resguardan el recinto y controlan los accesos al plantel, tampoco intervinieron.

Lo que se supo después fue a través de las redes sociales. Ahí sí sobraron gritos, expresiones de indignación y protesta desde un teclado o teléfono celular, a la distancia y en el confort. Todos a salvo, menos ella.

Alrededor de tres horas después, Yiang Guadalupe fue localizada. Tenía lesiones, pero no graves. El Centro de Políticas de Género para la Equidad entre Mujeres y Hombres, de la UAS, y otras organizaciones, intervinieron para ponerla a salvo y emprender medidas jurídicas contra el agresor.

Irónicamente, Yiang Guadalupe compartía a cientos de estudiantes su experiencia personal ante la deserción escolar. Ya no era parte de la comunidad estudiantil, porque un par de años antes había sido obligada por su esposo a abandonar sus estudios y dedicarse a las labores del hogar.

Y fue él, precisamente, quien la sacó a golpes. Todo ante el silencio de quienes atestiguaron la agresión.

‘‘Le voy a decir a mi papá’’

María Evangelina Torres Beltrán es maestra de inglés en prescolar y primaria. Le ha tocado de todo: mujeres moldeadas en pechos y nalgas por el bisturí del narco, madres que llegan en sus camionetas de lujo, niños que tienen amigos sicarios y que de grandes quieren ser integrantes del crimen organizado.

‘‘Se han generado estereotipos y patrones de belleza. Yo doy clases de inglés en prescolar y primaria y ahí lo ves en las niñas, con las mamás todas operadas, en colonias en las que los achichincles, los narquillos que no son de alta categoría, quieren mandar, y los padres son de ese tipo.”

Además de maestra y empresaria, Torres Beltrán es activista e integrante del Colectivo Feminista y Culiacán Sin Chanchui. Recientemente vio cómo una de estas madres de familia fue encontrada muerta a balazos en un motel.

Su esposo, a quien señalaron como homicida, iría por la hija a la escuela, pero maestros y directivos lo impidieron y se la entregaron a la abuela.

Cuando vivió en el estado de México fue perseguida por desconocidos, quienes querían subirla a un vehículo. Llegó a Culiacán cuando tenía 14 años y vio cómo sus amigas subían y bajaban de camionetas de lujo y traían billetes. Creció como macha, como le decía su padre, porque realizaba tareas de hombres, pese a que su madre quería tenerla en la cocina o limpiando la casa.

“‘Aquí desaparecen a las muchachas y aparecen descuartizadas. Eso es lo más fuerte; eso está directamente ligado al narco y a la política”, manifestó, luego de reconocer, al igual que Lucero Reyes, otra joven feminista, que vive con miedo.

Hace activismo y aprovecha su página de Facebook, que lleva el nombre de la materia que imparte, para enseñar a niños y progenitores sobre el respeto y la equidad de género.

Hace poco, María Evangelina quedó impactada. Un alumno de prescolar, de seis años de edad, la amenazó de muerte. Su padre, lo sabe ella, es narcotraficante.

El niño, también lo sabe, es inteligente, pero conflictivo: le encajaba un palo en el abdomen a otro menor y ella lo reprendió. El pequeño la miró fijamente y disparó su metralla oral: “‘Te voy a matar. Mi papá te va a matar”.

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