«A los muertos los dejamos ir, pero a los desaparecidos los tenemos que hacer regresar a su casa»

Fotografías y texto: Jorge Luis Linares y Cristian Leyva/SubVersiones

Dientes, tibias, botones, falanges, cuerda, tierra seca, tenis, un hoyo en el temporal… Una llamada anónima, coordenadas, luz. «Sí, yo preparé la olla para el caldo, esa era mi chamba. Hace tres años ahí llevaron al vato. Le metieron un balazo en la cabeza, se fue de boca y ya nomás le eché la tierra.»

Primer día, primer positivo.

Acá hay de todo. Tita, Mari y Gladivir, locales, viejos y muy fuertes. Hace casi cincuenta años una guerra pretendió exterminarlos, arrasó poblaciones enteras y dejó huérfanos a cientos de sobrevivientes. El profesor Alberto no sabe de su hijo hace un mes, desde entonces renta un cuarto cerca del centro de Huitzuco, es nuevo en esto. Los que llevan más van con él a la papelería para que imprima y enmique la foto de Daniel. La confesión de un sicario del Macho Prieto, un croquis mal hecho. Diez meses y 16 días después, Don Jorge encontró el cuerpo de su hijo en una fosa a las afueras de Navolato, Sinaloa.

Ángel Gabriel, hermano de Lidia, fue a la tienda por desodorante y ya no volvió. Una sección completa de presos en un cerezo de Morelia, aseguró verlo en ese mismo grupo meses atrás.

Miguel Ángel, marido de Cecila, desapareció hace siete años en Nogales, Veracruz. Hace un año, la empleada de una tienda de autoservicio en Río Bravo, Tamaulipas, creyó reconocerlo en un vagabundo cerca de su trabajo. Fabián y Azucena se divorciaron hace cinco años y desde hace dos buscan a Dafne, su hija de 21.

Jesús Salvador y Raúl desaparecieron en Atoyac de Álvarez hace diez años, a Luis Armando y Gustavo los levantó la policía municipal de Veracruz y tampoco se sabe nada de ellos. Los cuatro son hijos de Doña Mari.

Las caravanas de búsqueda recorren bares, prostíbulos, albergues de migrantes, refugios y centros penitenciarios de todo tipo. Doña Ceci recuerda un día en un penal de Zamora: «andaba bien amolada, ya quería pararle a esto, la verdad.” Decenas de presos desfilaron, los familiares se acercaron, miraron. Nada. Un muchacho alto, flaco y medio güero se le acercó ‘Mi papá también está desaparecido. Mamá se volvió a casar y dejó de buscarlo. Yo no puedo hacer nada, estoy aquí y me faltan muchos años. Usted que puede, siga buscando’.»

Mario, de Huitzuco de los Figueroa, esos Figueroa que perpetraron centenares de asesinatos y desapariciones en colusión con el Ejército y distintas fuerzas estatales en la década de los 70, ha encontrado más de 200 cuerpos en pozos, cerros y parcelas desde que Tomás, su hermano, fuera secuestrado en julio del 2012.

Canica, una mujer que haciendo uso del humor, armada de mallas, maquillaje de payaso y un tutú tornasol, le preguntó a un regimiento de chamacos en una primaria de Escuchapa, Guerrero: «¿alguien sabe qué significa construir la paz?» Un niño como de seis años respondió al instante: «¡Rascar la tierra!». Un aplauso recorrió la cancha de básquet, retumbó el techo de lámina. «Niños: ¿qué haremos para que Doña Mari se sienta mejor?» Silencio. Una niña respondió con determinación: «pues encontrar a sus hijos.»

Al otro día, otra Doña Mari, que busca a su padre y a su esposo desaparecidos en la Guerra Sucia, subió como si nada una escarpada feroz. Dejó en el camino a buscadores expertos, periodistas bien intencionados y gordos, gendarmes y diez policías. Un federal bramó a media hora del punto: «hasta aquí llegamos, joven. Están bien pendejos los de allá, para qué suben, obviamente no hay nada allá arriba.»

Una cueva pequeña en la punta de un cerro imposible. Doña Mari rascó con cariño, con paciencia: encontró dos osamentas.

La 4ª Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas trabajó por dos semanas en distintos puntos de Guerrero: Huitzuco, Iguala, Chilpancingo, Cocula y Tepecoacuilco. Se encontraron siete cuerpos y casi 100 restos óseos. La Brigada puntualizó en un comunicado que la mayor parte de los hallazgos fueron encontrados en zonas de alto riesgo, donde no se había buscado antes y que otros restos humanos se encontraron en áreas que ya habían sido procesadas sin que se realizara una revisión a fondo.

El gobierno reconoció hace días que hay poco más de 40 000 desaparecidos en el país; 26 000 cuerpos sin identificar y al menos 1100 fosas clandestinas.

En este tiempo de caudillos y promesas, entre halcones, piedras, espinas y un sol que lacera, se buscó con el corazón, se buscó con amor, se encontró muchísimo.

Falta lo que falta.

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