Depresión, miedo, discriminación: Los estragos de la desaparición en niños, niñas y adolescentes

Imagen: Frida Betanzos

La desaparición de personas conlleva un problema invisibilizado: niños y niñas con depresión, cuadros de ansiedad, miedo a salir a la calle o a los policías, además de que sufren discriminación y bullying.

Alexis Ortiz / Zona Docs

Uno de los mayores temores de Sandra Geraldine es que los hombres armados que se llevaron a su papá y a su mamá ahora regresen por ella. La pequeña, de ocho años, no duerme con la luz apagada y le asustan los ruidos fuertes. Cuando su abuelita sale a la calle le pide tener cuidado, no quiere que ningún otro integrante de su familia sea víctima de desaparición.

La madrugada del 29 de septiembre de 2021, Sandra fue testigo de cómo un grupo de personas entró a su hogar para llevarse a su mamá, Mariela Morín Martínez, y a su papá, Juan Javier Navarro García. Hasta el día de hoy las autoridades no han dado con su paradero y la investigación de este crimen, ocurrido en Irapuato, Guanajuato, está paralizada.

“Era de noche, eran como las 3:10 (de la mañana) y tiraron la puerta con un balazo porque no la podían abrir”, recuerda Sandra de aquella vez.  “Mi papá despertó a mi mamá y ella se levantó muy nerviosa. Mi papá la quiso defender, pero en eso le pegaron con la pistola y ya después se los llevaron”.

La pequeña se despertó con el balazo que asestaron en la puerta de su casa. Su mamá la empujó a un cuarto contiguo donde estaba una de sus hermanas. Desde ahí escuchó a los delincuentes recorrer su casa y golpear a sus familiares. Ocurrió en cuestión de minutos. Unos vecinos llamaron a las autoridades, pero el Ejército, que tiene una base militar a unos 20 minutos de distancia, llegó horas después, hasta el amanecer.

“Tuve mucho miedo y desde ese momento ya tengo miedo”, dice Sandra. “Miedo me da en las noches cuando está todo oscuro. Le digo a mi abuelita que tengo miedo de que ellos regresen y ella me dice que no va a pasar”.

El miedo invadió a Sandra y afectó su desempeño escolar. “Bajé mi calificación, no quería hacer nada en la escuela. Algunos trabajos no los hacía porque se me olvidaba y con otros no podía sola porque necesitaba que estuviera alguien ahí explicándome”, señala.

En una ocasión le platicó a uno de sus compañeros de clase que su mamá y su papá estaban desaparecidos. La llamaron mentirosa. Solo una maestra y una amiga de su escuela intentaron comprender su dolor.

Detrás de la crisis de desapariciones que existe en México hay otro problema grave: el de las afectaciones que niños, niñas y adolescentes tienen cuando una persona cercana desaparece. La-Lista aplicó una encuesta aleatoria a 776 familias de víctimas de todo el país, quienes informaron que 2 mil 327 menores de edad han tenido consecuencias por la ausencia de sus seres queridos.

Los datos recopilados a través de esta encuesta muestran que, en promedio, en cada familia hay tres niños, niñas y adolescentes con afectaciones a su desarrollo por la desaparición de un ser querido. Si en México hay 110 mil personas desaparecidas, en el país podría haber cientos de miles de menores de edad en esta situación.

Las familias reportan que, luego de la desaparición de su familiar, los menores de edad que son parte del círculo cercano de la víctima tienen miedo de salir a la calle, se aíslan, entran en cuadros de depresión y ansiedad, no pueden dormir, no tienen una buena alimentación, sufren bullying, son discriminados, caen en el consumo de drogas o bajan su desempeño académico.

Los casos de desaparición de personas han aumentado de forma drástica en México desde 2006, cuando el expresidente Felipe Calderón envió a las Fuerzas Armadas a combatir a los grupos del narcotráfico. Aunque ya han pasado más de 16 años, este delito sigue latente. En lo que va del sexenio de Andrés Manuel López Obrador se han registrado 43 mil víctimas, más de una tercera parte del gran total, de acuerdo con cifras de la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas (CNBP) de la Secretaría de Gobernación.

En el caso de la desaparición de Mariela y Juan Javier, sus cuatro hijas menores resintieron su ausencia. Sandra y sus tres hermanas quedaron al cuidado de sus abuelas materna y paterna. Ambas se dividieron las tareas: la primera vive con ellas y se esfuerza para que las pequeñas sigan estudiando, mientras la segunda se dedica a la búsqueda de las dos víctimas.

Sandra forma parte del colectivo Hasta Encontrarte, conformado por las familias de 88 personas desaparecidas. Esta agrupación consiguió que el gobierno municipal creara el programa Creciendo con Valores, con el que se brinda atención psicológica a algunos niños, niñas y adolescentes que sufren la ausencia de un ser querido.

En el colectivo Hasta Encontrarte, en el que se contabilizan unos 96 menores de edad afectados por la ausencia de un ser querido, estos pequeños y estas pequeñas se han sumado a las exigencias de justicia de los adultos. Ellos y ellas participan en marchas, en búsquedas de fosas clandestinas o en reuniones con funcionarios de gobierno.

Sandra ha acudido a marchas que van desde el Parque Irekua, donde el colectivo Hasta Encontrarte tiene un árbol con las fotos de sus desaparecidos, hasta la presidencia municipal de Irapuato. La exigencia de ella y la del resto de menores es la misma:

“Que me regresen a mi mamá y a mi papá porque me hacen mucha falta”.

¿Cuál es la principal afectación de la desaparición en niñas, niños y adolescentes?

La depresión es el síntoma más común entre los niños, niñas y adolescentes que tienen a un ser querido desaparecido. No solo se trata de los hijos y las hijas de las víctimas, también son hermanos y hermanas, primos y primas, sobrinos y sobrinas, nietos y nietas.

“Si alguna vez viéramos una marcha de todos los hijos e hijas, sobrinas o sobrinos de personas desaparecidas se nos caería la cara de vergüenza. Y si escucháramos sus demandas y sus reflexiones, me parece que veríamos lo importante de colocar todo esto como una de las circunstancias de mayor emergencia nacional”, señala en entrevista Tania Ramírez, directora de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim).

No hay un número preciso sobre cuántos niños, niñas y adolescentes tienen a un familiar desaparecido. En 2022 la Redim publicó un informe donde estimó que en uno de cada 353 hogares podría haber un menor de edad con un familiar desaparecido. “Con solo multiplicar la cifra de 100 mil personas desaparecidas, todo indica que hoy se cuentan por cientos de miles las niñas, niños y adolescentes tocados por esa oscuridad que es la desaparición de un ser querido”, expresó la organización social en su estudio.

De las 776 familias de víctimas encuestadas por La-Lista, 260 respondieron que sus niños, niñas y adolescentes han tenido problemas de depresión por la desaparición de un ser querido; 105 que los menores tienen miedo de que ellos u otro familiar pueda ser víctima de este delito; 84 que estos pequeños y pequeñas han enfrentado carencias económicas, y 81 que esto ha provocado una disminución en su desempeño académico.

Especialistas en psicología explican que el grado de afectación que un menor de edad puede tener por la desaparición de un familiar depende de varios factores, entre los que se encuentran su edad, la cercanía que tenía con su ser querido, cómo supo del crimen, si fue testigo del delito, la red de apoyo con la que cuenta y la seguridad del lugar donde vive.

Anahy Rodríguez González, psicóloga y académica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), explica que el delito de desaparición desata incertidumbre en las familias porque su ser querido no está físicamente, pero tampoco se le puede dar por muerto porque su cuerpo no ha sido localizado.

Esta “paradoja de la desaparición” provoca que la vida de un menor de edad entre en pausa, dice Rodríguez González. “En esta población de niños, niñas y adolescentes el impacto que genera este delito es una atravesamiento en diferentes momentos de su desarrollo”, añade.

La académica pone de ejemplo que, luego de la desaparición de un familiar, algunos pequeños y algunas pequeñas no pueden ejercer derechos básicos como tener una vivienda y educación. Esto llega a suceder porque tienen que desplazarse a otra comunidad por su seguridad o porque su ser querido ausente es quien se hacía cargo de sus estudios.

“Esto impacta en un sano desarrollo que debe ser estable, continuo, con capacidades para garantizar el libre ejercicio de sus derechos. Evidentemente el tener todas estas cuestiones de incertidumbre y de violencia alrededor lo dificulta”, agrega la experta.

Otro factor que determina las afectaciones en niños, niñas y adolescentes es la posibilidad de que conozcan la verdad sobre lo ocurrido con su ser querido. “El efecto del tema del secreto a veces puede ser tan costoso como la desaparición misma”, indica Michel Retama, psicólogo y cofundador de la organización Tejedores: grupo de apoyo psicológico.

Ante una desaparición los adultos se pueden unir a un colectivo y conocen a personas con experiencias parecidas. Las actividades y el diálogo que ellos establecen pueden ser hasta catárticos, menciona Retama. Esto no ocurre con los niños, niñas y adolescentes, quienes intuyen que algo está mal por el estado de ánimo de su familia, pero no saben con exactitud lo que ha ocurrido y no tienen a nadie con quién hablar de sus sentimientos.

“Estos jóvenes muchas veces son relegados, no pueden hablar de lo que les pasa, no pueden hablar del dolor, de lo que están experimentando”, lamenta Retama, quien ha trabajado de cerca con diferentes familias de víctimas de desaparición.

Si las afectaciones emocionales y psicológicas en un menor de edad son desastrosas, también lo son la discriminación y la estigmatización que enfrentan. En muchas ocasiones los niños, niñas y adolescentes tienen la etiqueta de ser el “familiar de un desaparecido”, lo cual les dificulta desarrollarse en su escuela o dentro de la comunidad donde viven.

“Una terapia no basta. El niño puede ir tres veces a la semana a una terapia psicológica, pero si llega a la misma escuela donde es discriminado la terapia no va a servir”, comenta David Márquez, otro psicólogo y experto de la organización Tejedores: grupo de apoyo psicosocial.

En 2021, el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO) publicó un informe donde destacó que los niños, niñas y adolescentes sufren discriminación cuando un familiar desaparece. La estrategia de los adultos en ese caso es no contar nada de lo sucedido a los menores, con tal de protegerlos y que sus compañeros no los molesten en la escuela.

María Luisa Cuéllar, una funcionaria del DIF Guadalajara, expresó en el informe del ITESO que “los niños también son discriminados. Hay muchos que mantienen muy en secreto el tema de la desaparición de su familiar. Hay mamás que no hablan del tema para que no les vayan a decir nada porque sí hay casos que se burlan de los niños”.

Las familias y los especialistas coinciden en que la desaparición de un familiar nunca se puede superar. Esa pérdida sólo se puede sobrellevar. En el caso de los menores de edad se llega a complicar por todas las situaciones que enfrentan.

El castigo social por la desaparición de un familiar

José Raúl se sintió triste cuando le dijeron que su hermano mayor, Alexis Fernando Ibarra Ojeda, estaba desaparecido. “Era mi favorito”, recuerda el pequeño de 12 años. Con él jugaba futbol y platicaba mucho por teléfono cuando no estaban juntos en casa.

Alexis estaba reunido con amigos en una casa de Irapuato cuando un grupo del crimen organizado llegó e incendió el inmueble. En el momento que las autoridades acudieron al lugar ya no había rastro de nadie, el lugar había sido destrozado. El joven de 23 años fue declarado desaparecido el 27 de octubre de 2022.

José Raúl se enteró un día después de lo que le ocurrió a su hermano. Autoridades llegaron en camionetas negras a su casa y se lo informaron a toda su familia. Para ese momento él ya conocía lo que significaba estar desaparecido. “Como esto ha ocurrido por varios años ya sabía qué era el desaparecimiento, o sea que se lo llevaron y ya no está”, explica el pequeño.

La tristeza que José Raúl sintió por Alexis provocó que empezara a sacar calificaciones de 6 en algunas materias. En ocasiones ha tenido problemas con otros niños que se burlan de él.

“Una vez un niño se enojó y me empezó a decir que mi hermano estaba desaparecido y quién sabe qué. Yo lo ignoré, me fui a mi casa y ya no le seguí hablando”, recuerda José Raúl. “A veces yo estaba enojado y no aguantaba. Estaba triste y si me decían algo me ponía más triste”.

José Raúl, quien estudiaba el sexto año de primaria cuando ocurrió la desaparición, dejó de ir uno o dos días a la escuela por semana. “Yo nunca le decía a mi mamá por qué no quería ir, solamente yo sabía por qué no quería ir, era por mi hermano”, dice.

A pesar de todo lo que ha vivido, José Raúl no se ha quedado de brazos cruzados. Ha participado en marchas y acudió a una búsqueda de fosas clandestinas para tratar de localizar a su hermano. “Yo siempre quise ir, pero mi mamá no me llevaba porque es peligroso”, comenta el pequeño de 12 años.

“Ahorita ya pasé a la secundaria y voy a tratar de echarle ganas por mi hermano. También quiero seguir yendo a búsqueda porque me gusta mucho”, añade José Raúl.

Él es uno de los niños que ha sufrido discriminación por la ausencia de un ser querido. De las 776 familias que respondieron la encuesta de La-Lista para este reportaje, 18 familias señalaron que los menores de edad han sufrido comentarios negativos por parte de otras personas. Otras tantas señalaron que los pequeños y las pequeñas han tenido afectaciones sociales, sin especificar lo ocurrido.

Alexander, un adolescente de 15 años, también ha pasado por esto: su hermano, Juan Eduardo Reyes Ventura, desapareció el 15 de agosto de 2018 en Pénjamo, Guanajuato. Un compañero de trabajo de la víctima dijo que unos hombres armados se lo llevaron en una camioneta. Hasta ahora no se sabe nada de su paradero.

El joven recuerda que solía salir con Juan Eduardo en motocicleta. Eso era lo que más le gustaba. “Me puse muy triste, ya no era lo mismo si él no estaba. Antes entraba a su cuarto y estaba él, ahora ya no. Yo dije, ya no va a regresar y es fecha que no regresa”, lamenta.

Cuando Juan Eduardo desapareció, Alexander tenía 10 años. A la tristeza que sentía se sumó una disminución en sus calificaciones. Además, se rompieron los lazos que tenía con algunas personas porque ya no se querían juntar con él.

“Fue con un amigo y una vecina. Los dos me dijeron casi lo mismo, que ya no se querían juntar conmigo porque, si mi hermano regresaba, iba a pasar lo mismo. Y que si nos pasaba cuando estuviéramos con él, también a ellos les iba a ocurrir”, relata Alexander.

Pero no tomó importancia a lo que estas personas le dijeron. En su interior, confía en que su hermano sí va a regresar y saldrán a pasear en motocicleta como antes.

“Sí me sentí mal por lo que me dijeron, pero yo dije ‘pues si no me quieren hablar que no me hablen’”, recuerda Alexander. “Yo en mí digo que mi hermano sí va a regresar porque obviamente sí va a regresar. Yo tengo la fe de que sí va a regresar”.

Autoridades, ausentes en la atención de menores

Anahy Rodríguez, la psicóloga y académica de la UNAM, estima que faltan décadas para conocer el nivel de las afectaciones que los menores de edad han tenido por la desaparición de sus familiares. La experta señala que el gobierno, los medios de comunicación y la academia tienen una gran responsabilidad en investigar sobre los efectos de las generaciones que han crecido sin un papá, una madre, un hermano, una hermana u otros familiares.

“Es importante apostarle a la niñez, empezar a cuidarla. Tenemos un dicho que es el de ‘los niños y las niñas son el futuro’, pero no son el futuro, son el presente, lo que pasa con ellos y ellas en este momento marcará el camino de lo que vamos a ser como sociedad en las próximas décadas”, opina Rodríguez González.

Algunos colectivos de familias de desaparecidos han creado estrategias para aliviar los daños que los niños, niñas y adolescentes tienen por este tema. El gran ausente, coinciden en señalar los especialistas, es el gobierno mexicano, ya que ni las autoridades federales, estatales o municipales tienen un plan para atender de forma integral a todos los menores de edad.

Una muestra de esto es que, de acuerdo con solicitudes de información hechas por La-Lista, las comisiones estatales de atención a víctimas solo han brindado atención a 51 niños, niñas y adolescentes en todo el país.

La Comisión de Atención a Víctimas de Veracruz reportó que ha entregado una reparación integral del daño a 22 menores de edad por tener a un familiar desaparecido. Pero, a través de la encuesta aplicada para este reportaje, 100 familias de ese estado dijeron que por lo menos hay 249 niños, niñas y adolescentes con afectaciones.

Mientras que la Comisión de Atención a Víctimas de Guanajuato informó que solo reparó el daño por la desaparición de un familiar a un niño y una niña en 2020. En contraparte, 116 familias de ese estado que respondieron la encuesta señalaron que al menos hay 352 menores de edad con afectaciones por la ausencia de su ser querido.

La Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV) a nivel federal señaló que desde 2018 ha resuelto 401 casos en los que procedió con la reparación integral del daño para niños, niñas y adolescentes, aunque no especificó si todos ellos tienen a un familiar desaparecido o si el apoyo se les entregó por ser víctimas de otro tipo de violencia.

Se buscó a la CEAV y la CNBP para conocer su postura sobre los impactos de la desaparición de personas en niños, niñas y adolescentes, pero al cierre de esta edición no se obtuvo respuesta de ninguna institución.

Tania Ramírez, la directora de la Redim, no cree que las autoridades mexicanas no tengan interés en atender a estos menores de edad. Lo que sí ocurre, opina la especialista, es que este sector de la población no es la prioridad en el tema de desaparición de personas.

“Siempre se van poniendo otras prioridades, los intereses, las urgencias y las emergencias se colocan en otros lugares. Ahora mismo estamos viviendo una crisis de identificación forense que pone al límite la capacidad y los recursos de las instituciones. Es por eso que no se voltea a ver a los niños, niñas y adolescentes”, señala Ramirez.

Además de las comisiones de atención a víctimas de Veracruz y Guanajuato, la de Durango y San Luis Potosí informaron que han entregado reparaciones del daño a niños, niñas y adolescentes por la desaparición de uno de sus familiares. En el resto de los estados las dependencias argumentaron que no lo han hecho porque las familias no lo han solicitado, porque no hay sentencias condenatorias contra los responsables del crimen o porque las comisiones de derechos humanos no se los han ordenado.

“Al que hay que cargarle los costos (de estas afectaciones en menores de edad) es al Estado”, considera el psicólogo Michel Retama. Si bien el experto explica que las familias pueden ayudar a que niños, niñas y adolescentes aprendan a sobrellevar la ausencia de su ser querido, en el fondo del asunto las instituciones del Estado son las responsables no solo de atender a estos pequeños y pequeñas, sino de prevenir que ninguna persona sea víctima de desaparición.

“Nos estamos acostumbrando a la desaparición en un sentido de decir ‘híjole, qué grave que los niños tengan que participar en las búsquedas’, pero lo que es grave es que tengamos que buscar a alguien. Y todavía más grave que el Estado no quiera responsabilizarse”, dice Retama.

En colectivo las heridas sanan

“Hay varias personas que nos dicen ‘vamos a salir a buscarlo, pronto va a regresar’, y como que todo lo triste se va. Me pongo feliz, como que digo, ‘ya va a regresar. El día de mañana ya va a estar con nosotros’”.

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Este trabajo fue publicado originalmente por La-Lista

 

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