Y la guerra continúa… a 12 años de la masacre de Creel (Chihuahua)

En la Sierra Tarahumara de Chihuahua, principal enemigo es la impunidad, que lastima cada vez a más personas y a más familias, que la combaten con un esperanza inquebrantable

Texto: Patricia Mayorga / Raíchali
Fotos: Raíchali

CHIHUAHUA, CHIHUAHUA.- El final del poema “Creel nos faltan todos”, fruto de una entrevista que le hizo Paola Ovalle a una de las familias de la masacre de Creel, ocurrida el 16 de agosto de 2008, dice:

 

Al día siguiente de la masacre, 
empecé a ver de nuevo.
Reconocí, desechos por el dolor, a los que me quedaban
Me paré como pude y empecé a cocinar
Serví un manjar en nuestra mesa,
pero nadie venía.
Se miraban entre ellos,
me miraron con esa mirada que más que dolor expresaban rabia
Y escuché:
¿Cómo crees que vamos a comer?
¿A qué nos va a saber esa comida?
¡A mierda!, les dije
Seguro nos va a saber a mierda
Pero vamos a desayunar, y vamos a sobrevivir

Este domingo se conmemoraron los 12 años de la masacre, una de las primeras ocurridas en la administración del expresidente Felipe Calderón. El poema abrió la celebración eucarística al pie del monumento y mural a las 13 víctimas de aquella tragedia.

La historia

La tarde del 16 de agosto de 2008, un grupo de jóvenes se encontraba en las instalaciones de Profortarah. Ahí había sólo tierra, aún no estaba pavimentado. Llegaron los jóvenes a jugar descalzos. Habían participado en unas carreras de caballos por la tarde. Alrededor de las 4, cuando corrían como si fueran caballos y competían, llegó un grupo armado y disparó contra todos, según los testigos.

El lugar de la masacre se convirtió en un memorial para ellos, que ahora es la Plaza de la Memoria, donde efectúan las misas en su honor, cada año. En la parte lateral izquierda de la explanada, colocaron 13 lápidas con pequeñas reseñas de cada uno. Primero eran cruces y con el paso de los años, lograron construir lápidas simbólicas que son vandalizadas constantemente.

A doce años de la masacre, la deuda con las familias sigue siendo la verdad, no saben exactamente porqué los asesinaron de una manera tan cruel.

“Hay dos cosas: por una parte, no hay órdenes de aprehensión, no hay expedientes integrados, sí hay señalamientos. Pero lo otro, es que no nos han podido arrebatar la esperanza. Es una guerra muy fuerte, muy fuerte, sobre todo para quienes han optado por este estilo de vida al servicio, a la defensa, a la búsqueda de justicia”, advierte el sacerdote jesuita de la parroquia de Creel, Bocoyna, Javier El Pato Ávila Aguirre.

Y la guerra continúa El principal enemigo es la impunidad que lastima cada vez a más personas, a más familias de la Sierra Tarahumara, donde la combaten con esperanza inquebrantable.

La impunidad golpea durísimo, durísimo, reitera quien además es preside la Comisión de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos (Cosyddhac):

“Lastima mucho, porque si viéramos nosotros resultados de nuestras denuncias. Si viéramos gente con expedientes integrados, con persecución, liberación de órdenes de aprehensión, tendríamos esperanza en que sean detenidos y seguiríamos luchando”.

La memoria

Cada año, las familias de las víctimas, acompañadas por el pueblo de Creel y los sacerdotes, hacen un acto de memoria porque están determinados a no apostarle al olvido. Tradicionalmente hacen una vigilia en la parroquia de Creel, frente a la colorida plaza principal del pueblo. Ahí colocan las fotografías grandes de los trece, doce hombres jóvenes y un bebé:

Alberto Villalobos Chávez (28 años), Juan Carlos Loya Molina (21), Daniel Alejandro Parra Mendoza (20), Alfredo Caro Mendoza (36), Luis Javier Montañez Carrasco (29), Fernando Adán Córdova Galdeán (19), Kristian Loya Ortiz (22), Edgar Alfredo Loya Ochoa (33), Alfredo Horacio Aguirre Orpinel (34), Luis Daniel Armandáriz Galdeán (18), Óscar Felipe Lozano Lozano (19), Édgar Arnoldo Loya Encinas (1) y René Lozano González (17)-

Ofician una misa, luego comparten la comida y al día siguiente, retiran las mantas con las fotografías.

“La memoria visual es muy importante, no sólo la que se lleva en el corazón”,

dice el padre Pato Ávila.

Este año es distinto por el confinamiento al que obliga la pandemia de covid-19.

“No podemos olvidar, ya no se va a hacer pública la invitación, sólo a las familias cercanas”, explicó el jesuita un día antes de la conmemoración.

Con el confinamiento es más doloroso, dice, pero a pesar de que no estarán “las solidaridades físicas de cada año”, van a tener “solidaridades virtuales y espirituales que, si no las sintiéramos, se dificultaría”.

Y es que, agrega, la región serrana no ha dejado de recibir golpe tras golpe, como los que ahora está dando la autoridad.

“Es el dolor que siente la gente de Repechique (comunidad indígena intimidada por la Fiscalía General del Estado por defender su territorio), o las familias que pierden a sus hijos menores porque los levantan, entre comillas, que no saben quién se los lleva, o que sí saben, pero temen mucho decir quién se los lleva”.

Esos dolores aumentan con la pandemia, dice El Pato Ávila. “Pero hay algo que es más fuerte, que nos mantiene en pie, por la esperanza se fortalece con el acompañamiento mutuo”.

Una deuda para Creel

Desde el 2008, las familias esperan saber la verdad, pero se han enfrentado a un aparato gubernamental indolente, a la falta de voluntad política para esclarecerlo.

“Las familias siempre han pedido saber quiénes fueron, porque algunas veces en sexenios anteriores, decían que ya los mataron. Pues sí, pero, ¿y el cuerpo, el acta de defunción? Asegúrenos que ellos fueron».

Las familias desde un principio insistieron: ‘Nosotros queremos saber la razón por la que nuestros hijos fueron asesinados’.

Decía las mamás, los papás: aceptamos, aceptamos si nuestro hijo estaba involucrado en malos caminos, acepto, pero díganme y pruébenmelo. De nade se ha dicho nada. Por debajo del agua se dicen algunos, pero los demás tienen derecho a la verdad, su fama, su nombre”.

En el proceso penal es evidente la impunidad. En noviembre de 2014 absolvieron a Sandro Gilberto Romero Romero, uno de los pocos hombres detenidos por la masacre. El Tribunal de Juicio Oral resolvió que no había elementos suficientes para declararlo culpable.

Están en prisión Luis Raúl Pérez Alvarado, La Chicarrona, quien fue sentenciado a 82 años 6 meses de prisión y José Manuel Saucedo Reyes La Kila o El Lince, quien fue detenido por la Subprocuraduría Especializada en Investigación de la Delincuencia Organizada (SEIDO), por acopio de armas, portación de arma de fuego y delincuencia organizada.

Jorge Salvador Villa Cruz fue liberado el 2 de marzo de 2012 con el beneficio de criterio de oportunidad por la información que proporcionó, para identificar y obtener órdenes de aprehensión y sentencias contra otros participantes en los hechos.

La Fiscalía dejó pendientes las órdenes de aprehensión en contra de Óscar Alberto Mancinas Pérez El Guacho, Iván Montes González El Colibrí (sobrino de la ex procuradora Patricia González Rodríguez, quien era titular de la dependencia en el momento de los hechos) y Antonio Casavantes Calderón El Malandro.

Creel, nos faltan todos

El territorio se llenó con la sangre de los míos
Por unas horas,
no sé cuántas
dejé de sentir,
no veía,
no oía,
no olía
Sólo sentía el vacío que dejaron quienes arrebataron la vida de los nuestros
Un vacío enorme,
porque todos ocupaban un lugar especial en sus familias:
El hijo mayor protector,
el menor consentido,
el único varón,
el hijo único,
el bebé más esperado y amado
Con su violencia se llevaron los eslabones que unían y daban esperanza a nuestra comunidad
Al día siguiente de la masacre,
empecé a ver de nuevo
Reconocí,
desechos por el dolor,
a los que me quedaban
Me paré como pude y empecé a cocinar
Serví un manjar en nuestra mesa,
pero nadie venía.
Se miraban entre ellos
Me miraron con esos ojos que más que dolor expresaban rabia
Y escuché:
¿Cómo crees que vamos a comer?
¿A qué nos va a saber esa comida?
¡A mierda!, les dije
Seguro nos va a saber a mierda
Pero vamos a desayunar,
y vamos a sobrevivir.

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