Desaparecidos: duelo crónico

Las personas que tienen a un familiar desaparecido viven un horror distinto, un dolor fundado en incógnitas

Marcos Vizcarra/Agencia Reforma

 

El hijo de Mirna es uno de los 10 mil 890 casos de personas que han sido reportadas desaparecidas en Sinaloa. Entre todas ellas, 5 mil 27 siguen sin ser localizadas y mil 161 fueron encontradas sin vida.

 

Culiacán, Mazatlán y Ahome concentran el 76 por ciento de los casos.

 

Las personas que tienen a un familiar desaparecido viven un horror distinto, un dolor fundado en incógnitas, viven lo que expertas en Antropología y Ciencias Forenses catalogan como duelo suspendido o duelo inconcluso.

 

Para Ximena Antillón, Antropóloga Forense, la desaparición forzada de cualquier persona implica para sus familiares y seres queridos, entre otras cosas, un primer proceso de daño generado por la angustia y el miedo, la incertidumbre, la impotencia y la incomprensión de las razones y de la magnitud de la agresión.

 

“Es el llamado duelo crónico o duelo suspendido o duelo crónico, aquel que se caracteriza por una duración excesiva y porque nunca llega a una conclusión satisfactoria; al que otros autores designan como duelo imposible.

 

“Este proceso se traduce en una situación de estrés que se prolonga en la medida en que no se resuelve aquello que le da origen: la desaparición forzada”, señaló la antropóloga en el Informe de Impactos Psicosociales del Caso Ayotzinapa (2018).

 

La especialista refiere que no se puede comparar un asesinato con una desaparición, la cual por sí misma es un atentado a la vida y puede terminar con la muerte.

Las desapariciones de personas, explica, dejan una huella profunda desde distintas vertientes. Son como heridas de guerra, una no elegida, que se lleva en silencio, con la transformación del cuerpo, con la enfermedad.

 

“Como ha sido documentado ampliamente, el estrés crónico está asociado a una amplia gama de enfermedades no solo mentales, sino además orgánicas, desde autoinmunes hasta cardiovasculares y cáncer, pasando por digestivas, entre otras”, indica Antillón.

 

Estos crímenes tienen singularidades, entre ellas la de falta de información sobre los perpetradores y con ello una serie de preguntas que se agrandan entre quienes buscan a personas desaparecidas: ¿Seguirá vivo? ¿Le tratarán bien? ¿Lo golpearán? ¿Comerá? ¿Tendrá frío o calor? ¿Habrá enfermado?, son algunas de ellas.

 

Cuando a las personas desaparecidas se les encuentra sin vida, las preguntas suelen mantenerse, pero se suman más: ¿Será mi familiar? ¿Por qué lo asesinaron? ¿Por qué lo dejaron en ese lugar (fosa clandestina, la carretera, un terreno baldío)?

 

Como ejemplo, se puede observar el caso de la niña Dayana Fierro Zazueta, quien el 6 de junio de 2017, cuando apenas tenía cinco años, tomó unas monedas y salió a comprar dulces en un tienda que estaba a unos metros de donde vivía en San Pedro, una comunidad agrícola del municipio de Navolato, en el centro de Sinaloa.

 

Un hombre que revisaba una llanta la siguió cuando regresaba a casa. Luego le tapó la boca y la subió a una camioneta. Aunque hubo testigos, nadie pudo detenerlo. Ese hombre se llama Miguel Eduardo Burgos Varela, un policía municipal que ahora mismo sigue prófugo de la justicia.

 

La búsqueda de la niña estuvo activa durante cuatro meses hasta que la Fiscalía General del Estado de Sinaloa confirmó que el 23 de octubre de ese mismo año localizaron los restos de Dayana en un campo agrícola, apenas a cuatro kilómetros de distancia de donde había sido raptada.

 

Fidelia, abuela y segunda madre de Dayana, no está convencida de que su nieta esté muerta. La noticia de que la habían encontrado fue repentina, cuando fueron a reconocer el cadáver estaba en los huesos, no había nada de rastros que a la familia le asegurara que ese cuerpo correspondía a la niña.

 

“Nos habló la licenciada Rosy que fuéramos a reconocer los restos de la niña ¿Pero qué vamos a reconocer? Si no había nada, nomás los puros huesitos, que se va reconocer un huesito, o qué pruebas tiene de que haya sido ella. Yo como le digo, si la niña hubiera tenido un poquito de grasa o algo de su cuerpo, pues si la hubiéramos reconocido en su carita, pero no la reconocimos, ni la vimos”, dijo.

 

“Yo no creo que sean esos huesos que nos dieron, eran chiquitos, la cabeza estaba chiquita y mi niña era cabezona. Me dieron una cabeza chiquita”.

 

La imagen de la niña es peculiar. La descripción de su abuela es como ver la última fotografía de ella: pómulos pronunciados, ojos grandes, cabello rojizo, de estatura baja entre todas las niñas de su edad y con una mirada de ternura.

 

Han pasado casi cuatro años de la desaparición y aunque se tiene identificado a un supuesto culpable, un policía acusado de cometer ese y otros feminicidios en la entidad, hasta el momento la Fiscalía no se ha comunicado con Fidelia o algún familiar de la menor para brindar avances en la investigación del caso de su nieta.

 

“La licenciada Rosy quedó en llamar, pero ahora no contesta ni el teléfono”, señaló.

 

Mantiene la esperanza de que Dayana siga viva, que ella está bien y va a regresar, como si nunca hubiera ido por esos dulces, siendo su nieta, su cabezona, su niña.

 

Usan técnicas de autocuidado

En promedio, cada 8 horas es desaparecida una persona en Sinaloa. Este crimen ha generado una nueva forma de sobrevivencia en este Estado mermado por la violencia social y burocrática: el de evitar ser desaparecido.

 

El tratamiento del duelo suspendido no forma parte de las agendas de prevención de los organismos y dependencias que ahora encabezan el Mecanismo Extraordinario de Identificación Forense.

 

Son los colectivos de búsqueda los que han aprendido técnicas de autocuidado, sin un acompañamiento psicosocial o legal oficial para llevar sus casos.

 

“El Mecanismo va a ser una herramienta, pero no va a ser todo”, dice María Isabel Cruz Bernal, fundadora del colectivo Sabuesos Guerreras, que aglutina a más de 300 familias en búsqueda de personas desaparecidas en Culiacán.

 

“Eso va a ser solo un pedacito para encontrar a nuestros hijos, pero nos va a faltar saber la verdad de los casos. Las autoridades no investigan, somos nosotras y cuando encontramos no sabemos muchas cosas, porque seguramente las autoridades fueron quienes los desaparecieron, pero no lo sabemos, solo sospechamos y esa pregunta siempre queda, quién lo hizo, para qué”.

 

Más de la mitad de los casos registrados en denuncias ante el Ministerio Público o la Comisión de Derechos Humanos de Sinaloa involucran a autoridades, basado en el análisis de 338 expedientes, en el que en 142 señalan a policías municipales, estatales o miembros del Ejército, la Marina, la Policía Federal y hasta funcionarios de la SEP.

 

En Sinaloa solo hay un caso juzgado por desaparición forzada.

 

A esto se suma otra situación, lo que el Grupo de Investigación en Antropología Social y Forense (GIASF) ha denominado como violencia burocrática, descrito en el libro Nadie detiene el amor (2020), la cual ocurre cuando hay criminalización de las víctimas, se descuida las investigaciones, se revictimiza y ocurre presión por las autoridades para que las familias no continúen.

 

Casos concretos para ejemplificar esa violencia burocrática son las fosas clandestinas de Tetelcingo, Morelos, hechas por la Fiscalía de ese Estado, la incineración de cuerpos en Nuevo León y Jalisco, los tráileres con cuerpos en la Zona Metropolitana de Guadalajara y el envío de centenas de cuerpos sin identificar a fosas comunes en Sinaloa.

 

El Mecanismo Extraordinario tendrá un reto en todo el País y una radiografía está aquí: durante los últimos 10 años -entre 2010 y 2020- se han desenterrado más de 600 cuerpos y más 10 mil restos de huesos humanos de fosas clandestinas. La mayoría sigue sin ser identificada y reconocida por sus familias.

 

El Instituto Nacional de Estadística y Geografía tiene un registro de 533 cuerpos de personas sin identificar que están en morgues del Servicio Médico Forense y funerarias del Estado. Esto deja a Sinaloa como el segundo estado con más casos a nivel nacional.

 

No es todo, hay más de mil 600 personas enterradas en 17 panteones en fosas comunes y por lo menos mil 217 personas no tienen identificación correspondiente. Es decir, no se les hicieron pruebas suficientes para poder tener un expediente que sirva para reconocerlos.

 

Lo que sí es normal es que esas personas hayan sido revisadas por especialistas, se les haya tomado muestras y resguardadas en laboratorios o morgues del Servicio Médico Forense.

 

La Fiscalía General de Sinaloa tiene cuatro edificios para poder cumplir con ese propósito, pero solo usa uno. Otro es una bodega de cadáveres en Mazatlán, uno más son oficinas y otro es un edificio vacío.

 

Alertan de crisis psicosocial

El Mecanismo Extraordinario de Identificación Forense es un organismo multidisciplinario creado en México con un reto mayúsculo: el de regresar el nombre a los casi 30 mil cuerpos de personas no identificadas enterradas en fosas comunes o resguardadas en morgues.

 

“No basta que sigamos con las labores de búsquedas y exhumación de cuerpos si no garantizamos el derecho a la identidad de las personas que lamentablemente perdieron la vida y fueron desaparecidas, y garanticemos el derecho a las familias a que sus familiares regresen dignamente con ellos”, afirmó Alejandro Encinas, subsecretario de Derechos Humanos el 30 de agosto de este año al presentar al equipo de expertos.

 

El Mecanismo servirá para tratar de sanar y mediar entre los familiares de personas desaparecidas. Cumplirá con la exigencia de comenzar a resolver la crisis forense en el País.

 

Habrá, sin embargo, una crisis psicosocial que ha alimentado el enojo y descontento contra las instituciones de manera histórica. Eso, señala la tanatóloga Verónica de León de Cueto, fundadora de la organización Déjalos ir con Amor, será otro reto que será más visible cuando se empiece a entregar ataúdes con restos o cuerpos de personas de las que no hubo una despedida.

 

“Hay un estrés postraumático después de una pérdida, no solamente de los seres queridos, viene a un lado lo que llamamos un duelo sin cadáver, porque no se ha visto el funeral, no se ha visto a la persona”, dice.

 

La experta refiere que esa crisis es similar a la la desatada al inicio de la pandemia de Covid-19, cuando las personas contagiadas ingresaban a hospitales y en miles de casos ya no regresaron con vida, sino dentro de ataúdes cerrados, herméticos para evitar la propagación del virus.

 

Los familiares comenzaron a tener duelos suspendidos a falta de una despedida.

 

Ambas crisis no son equiparables, pues una se dio por un virus que a la fecha sigue sin ser conocido en sus causas y orígenes, es algo fuera de las manos de la humanidad, pero la otra es por una ausencia u omisiones estatales y por violencia incontenible de criminales.

 

‘Desde el cielo me dice que siga buscando’

 

*Mirna Nereyda Medina Quiñónez/ Fundadora de Las Rastreadoras de El Fuerte

 

Tú sabes que no me dieron a Roberto completo. Es más, ni me lo dieron, yo lo encontré.

 

Era el tercer aniversario de su desaparición y yo estaba segura que lo iba a encontrar, era una corazonada que no me dejaba.

 

A mí ya me habían dicho que en un cerro de Ocolome podía encontrar restos y no había ido, pero ese lugar me llamaba.

 

Ese día agarré la camioneta porque yo no estaba a gusto, fui a ese cerro y me encontré al dueño de pura casualidad. Le dijimos que estábamos buscando restos y solito nos empezó a contar de unos huesos cerca del arroyo.

 

El hombre se soltó diciendo que tres años antes vio el cuerpo de un muchacho ya todo descompuesto y que le habló a la Policía, que ya que fueron, nomás se hicieron pendejos.

 

Esos cabrones no se lo llevaron, lo fueron a dejar en otro lado y medio lo sepultaron.

 

El dueño de esas tierras lo volvió a ver, pero ya no habló a la Policía y dijo que pensaba en buscar a las Rastreadoras. Yo no le dije que era de las Rastreadoras ni que era mi hijo al que buscaba.

 

Pero no supo cómo llamarnos y mira, Dios nos tenía que juntar.

 

Me fui a buscar los huesos a donde dijo el hombre y ahí estaban con unas fundas y cajas de discos, como los que vendía Roberto.

 

Yo me emperré y empecé a rascar la tierra y saqué unos restos, pero hasta ahí le paré. Yo ya estaba segura que podía ser mi hijo.

 

Le hablé a los de Periciales ¿y sabes qué me dijeron? que ya era tarde, pero que iban a tratar de mandar a alguien.

 

Ahí me quedé horas esperándolos a los hijos de la chingada. ¿Tú crees que yo me iba a quedar así? agarré pedacito por pedacito y los eché en una bolsa, ahí los traía en la camioneta cargando ya noche.

 

No sé si tenía más coraje o impotencia, o las dos. Te imaginas si yo hubiera dejado los huesos, capaz y al otro día ya no estaban, porque eso hacen y si ya habían ido policías antes ¿tú crees que no podían moverlos otra vez?

Yo estaba segura de que podía ser Roberto.

 

Yo sola me los traje a que los analizaran y mira, sí era mi negro.

 

¿Y por qué sigues buscándolo?

Yo estoy segura que desde el cielo Roberto me dice que siga buscando, yo no me puedo rendir y dejar sola a las mujeres, porque yo sé lo que se siente.

 

Yo pienso que Roberto me dice desde el cielo que ¡yes! cada vez que encontramos y logramos la identificación de los cuerpos.

 

Y te voy a decir una cosa, yo ya estoy cansada, pero te voy a decir otra: yo no encontré completo a Roberto, solo hallé el brazo y yo necesito el cuerpo de mi hijo completo.

 

Yo no me puedo morir sin encontrarlo completo, que estén ahí enterrados, o en el arroyo. A lo mejor se los comieron los animales, pero no estoy segura, yo tengo que encontrarlo todo, hasta el último huesito de los dedos, ya ves que son chiquitos.

 

No descanso. Aunque tú me ves aquí bien, tú sabes que no es así, a veces me lleva de la chingada, pero mira (apuntó la mujer hacia la pared, donde hay una fotografía de su hijo), ahí está Roberto y yo ya le juré que lo voy a encontrar

https://diario.mx/nacional/desaparecidos-duelo-cronico-20211114-1862349.html