Ayotzinapa y el florecimiento de la memoria

Paola Atziri Paz / Rompeviento Tv

Cientos de normalistas marchan en columnas bien organizadas sobre Paseo de la Reforma en Ciudad de México. A su paso, el eco de sus voces y consignas resuena en los edificios más altos de la capital y pese a que muchos ni siquiera imaginaban formar parte de la Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa un lustro después del 26 de septiembre de 2014, hoy recuerdan a los 43 desaparecidos como compañeros y hermanos.

A la vanguardia avanzan los padres y madres que continúan en la búsqueda de verdad y justicia sobre el paradero de sus hijos, desaparecidos una noche de hace cinco años en Iguala, Guerrero. Detrás de ellos, la generación más reciente de la Normal de Ayotzinapa con fotografías de los 43 estudiantes pegadas en papalotes, imagen que invariablemente recuerda al fallecido artista oaxaqueño, Francisco Toledo.

Detrás de este contingente se hacen presentes alumnas de la Normal Ricardo Flores Magón de Saucillo, Chihuahua y compañeros de la Escuela Normal Rural Mactumactza, de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

Normalistas rurales de Chihuahua y Guerrero marchan en la CDMX a 5 años de la desaparición de los 43. Fotografía: Alejandro I. López/ Acento

Estudiar en Ayotzinapa hoy

Las Escuelas Normales, en especial las rurales, nacieron con el objetivo de brindar educación a las comunidades más pobres de México y con ello, otorgarles mejores oportunidades de vida. La historia de las normales ha estado marcada por condiciones de precariedad, pero también de lucha y resistencia frente a gobiernos que han apostado por desaparecerlas y generar narrativas de criminalización sobre los jóvenes que ingresan a ellas, la gran mayoría provenientes de familias campesinas.

Las nuevas generaciones de la Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa cargan con el antecedente directo la desaparición de los 43 estudiantes, el crimen más mediático a nivel mundial, ícono de la violencia e impunidad que atraviesa México desde hace al menos 14 años.
El antecedente de los 43

Hace un lustro, cuando los policías de Iguala atacaron a los 43 estudiantes (quienes se dirigían a la Ciudad de México para participar en la manifestación de la Matanza de Tlatelolco), Erick Miranda Marino tenía 18 años de edad y no se enteró de lo sucedido hasta el día que entró a estudiar a la Normal.

“Cuando entré me enteré de la desaparición, con los movimientos y la organización de la escuela, por las 43 butacas que hay en la cancha y un cartel que dice el nombre de la Normal y de los chavos”, cuenta el originario de Tlacoapa, quien carga junto con otros tres compañeros una manta con la leyenda: «Los golpes dentro y fuera del sistema no nos debilitan, nos hacen más fuertes».

Alejandro Valle Rafaela, de Zihuatanejo, recuerda que cuando se enteró de lo sucedido tenía 17 años y no aún no era estudiante de la Normal, pero la noticia hizo eco en su familia porque su tío estudiaba ahí. “Fue impactante porque tengo un tío egresado de la Normal, salió hace dos años y él estuvo en el movimiento de los 43 en 2014. Afortunadamente no se subió en ese autobús donde desaparecieron a los compañeros, pero toda la familia estuvo atenta de lo sucedido”.

Hoy Alejandro Valle tiene 23 años y confiesa que en ese entonces no quería estudiar en Ayotzinapa; sin embargo, las condiciones laborales y la historia de la escuela lo orillaron a buscar un lugar.

“Quería hacer un cambio interno porque estuve trabajando y siempre era la misma rutina: 8 horas de trabajo, la paga muy poca, no me alcanzaba para nada … cuando escuché que esta Normal luchaba prácticamente por todo, preferí dejar de luchar sólo, sino en multitud, en la organización”, dice Valle al tiempo que relata la preocupación de su madre al enterarse de su ingreso a la Normal y el consejo que le dio: ”Me dijo que me escondiera, que no saliera mucho con los normalistas y que no me fuera de Comisión”, afirma mientras la marcha cruza la Glorieta del Caballito.

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“Voces y consignas de las nuevas generaciones de normalistas de Ayotzinapa”

El estigma de ser normalista

La mayoría reconoce que existe una estigmatización histórica contra los estudiantes de las normales, en específico los de Ayotzinapa. Sobre todo, después de que la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) estableció en noviembre de 2018 como posible motivo de agresión la infiltración de un grupo del crimen organizado entre los estudiantes.

Para Dareth Flores Posada, originario de Monterrey, Nuevo León, ir a la Normal de Ayotzinapa no es algo común, pues desde entonces las personas lo ven diferente. “Yo llego a mi casa y la gente ya ni siquiera se me quiere acercar por el temor, quieras o no tenemos una mala imagen, pero la verdad es que ya cuando estás dentro y conoces el ambiente y sabes las cosas, entonces todo es diferente”.

Tras el ataque que sufrieron los alumnos en 2014, la matrícula de la Normal se redujo drásticamente. De acuerdo con una entrevista del medio Expansión Política al director de la Normal, Víctor Gerardo Ríos, en 2015 el número de estudiantes cayó de 523 a 287 y para 2018 había sólo 387. El principal motivo fue la imagen de inseguridad y peligro que se generó al exterior una vez que el caso le dio la vuelta al mundo.

Normalistas de la escuela Raul Isidro Burgos cargan una manta con tortugas durante la movilización porque Ayotzinapa significa “el lugar de las tortugas”. Fotografía: Luz María Contreras/ Rompeviento TV

Dareth tenía 18 años cuando desaparecieron los 43, pero esto no influyó en su decisión de ingresar a la Isidro Burgos, primero, por sus bajos recursos y segundo, porque algunos familiares que son maestros influyeron en sus intereses.

A la estigmatización de los estudiantes de las normales se suma la discriminación por su condición económica y campesina. Al respecto, Dareth invita a cualquier persona a visitar al lugar en el que ahora estudia y vive, pero también donde limpia la tierra, cosecha, alimenta a las vacas y a los puercos:

“No se le tiene a nadie negada la entrada. Quítense de dudas, así como dicen que allá en nuestro sembradío hay marihuana, que es un lugar lleno de gente guerrillera, bandolera, pueden ir el día que quieran, adelante, no hay ningún problema y pueden comprobar por ustedes mismos cómo son las cosas en Ayotzinapa”.

La condición de campesino fue fundamental para que Pedro Daniel Álvarez Cruz, oriundo de Morelos, entrara a la Normal. Durante la trágica noche de Iguala, él tenía tan sólo 14 años y pese a que a sus padres les preocupaba que se fuera a Guerrero, terminaron por aceptar la situación, pues no tenía más opciones para continuar sus estudios. Por esto, Daniel señala que antes de criticar a un normal, deberían leer la historia de la federación, “cómo fue creada y para qué fue creada. No fue creada simplemente para ser cuna de guerrilleros y todo eso, sino para darle estudio a los hijos de campesinos”.

Alumnos de la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa exigen la aparición con vida de sus compañeros en la marcha del 26 de septiembre 2019. Fotografía: Luz María León/ Rompeviento

“Todo ese miedo se va olvidando y nos empezamos a reír”

Los futuros maestros coinciden en que han sentido miedo por el hecho de ser normalistas. “Sí, como toda persona siento miedo. Una vez que entras a una Normal rural pasas a ser atacado por el gobierno, estás en un foco rojo ante las personas porque ya eres como un protestante más del pueblo”, asegura el morelense.

Las ideologías socialistas que se inculcan en ellas y los antecedentes de líderes críticos y opositores al poder –como Luicìo Cabañas, estudiante egresado de Ayotzinapa, quien fue guerrillero, luchador social y defensor de la tierra– son algunas de las principales causas por las que la organización de los normalistas resulta una amenaza para el Estado. De ahí que la infiltración gubernamental en las rurales sea una práctica constante.

No obstante, los intentos de desarticulación desde el gobierno no son la única amenaza para las 16 normales rurales del país. La propia naturaleza de estas instituciones y los oficios que se aprenden en ellas provocan una disputa directa con el crimen organizado (espacialmente el narcotráfico) por el territorio y la mano de obra de jóvenes.

Frente a esto, muchos estudiantes reivindican su calidad de normalistas campesinos y comprenden que la lucha va más allá de la educación.

“Todos sentimos miedo en algún momento porque tenemos ese temor de que nos vayan a golpear, nos vayan a desaparecer o algo peor, pero tenemos el apoyo de todos nuestros compañeros, algo que nos enseñan es que somos hermanos y cuando entramos a la Normal y llega un momento en que después de las actividades te sientas con tus compañeros en el comedor, en tu cuarto, comenzamos a platicar y todo ese miedo se va olvidando y nos empezamos a reír”, señala el regiomontano Dareth.

Estudiar en Ayotzinapa es motivo de orgullo para los jóvenes que además de conocimento han encontrado en las aulas otras formas de vida posibles. Para Dareth, ser alumno de la Normal no es motivo de vergüenza porque “porque quierase o no, la escuela es muy buena, independientemente de todos los problemas que tiene; tenemos clases de calidad, tenemos un hogar de calidad y ahí vamos aprendiendo de qué manera podemos contribuir al país para que pueda ser un lugar mejor.”

Bandera de México con el mensaje “Ayotzinapa vive” durante la movilización en la CDMX convocada por padres y madres de los 43. Fotografía: Alejandro I. López/ Acento

“Me llena de orgullo decir que soy de Ayotzinapa”

La escuela para maestros en el municipio de Tixtla, Guerrero, imparte en la actualidad las licenciaturas en Educación Primaria, en Educación Primaria con Enfoque Intercultural Bilingüe y en Educación Física. Pese a ir a contracorriente por los bajos recursos que el gobierno les otorga, por los problemas internos y los contextos de violencia que les atraviesa, la convicción por una educación con impacto social se mantiene en pie.

“Cuando uno habla de Ayotzinapa no es cualquier cosa, créeme que es hablar de cultura y de disciplina… voy en tercer año y me llena de orgullo decir que soy de Ayotzinapa, anteriormente para mí no daba el ancho de decir “soy de Ayotzinapa”, pero ahora tengo la certeza de decirles que soy de la Normal”, dice Alejandro Valle de la Costa Grande, mientras se escucha de fondo el discurso de los padres de los 43 desaparecidos en la plancha del Zócalo.

Actualmente hay 479 estudiantes en la Normal, quienes llevan diversas materias que van desde español hasta manualidades. Sin embargo, el eje rector que guía su educación es la lucha contra la desigualdad a través de la transformación social. “Estudiar en una nomal significa orgullo… nosotros defendemos los derechos del pueblo, no nos dejamos ante nada. Si vemos que una ley es injusta, vemos la forma de hacer una protesta para no dejarnos y no quedarnos callados”, expresa Daniel.

El alumno Alejandro Valle tiene claro que su enfoque es mejorar a la sociedad y que para ser maestro necesariamente se debe estudiar en una Normal, que él concibe como una comunidad: “es una comunidad y tenemos talleres, nos preparan y al fin y al cabo te mandan a una zona casi muy restringida de tecnología y alejada de esta ciudad (CDMX), es allá donde nosotros les vamos a enseñar verdaderamente los valores que forman a una persona”.

De la conciencia a la memoria

Para Erik Miranda, la organización de la Normal forja una identidad que puede contra cualquier problema, desde los recursos económicos hasta los ataques: “Ser normalista significa mucho por la organización en los movimientos ahí dentro de la escuela, significa demasiado porque no cualquier Normal se organiza y se mantiene después de haber perdido 43 chavos y 3 muertos”.

A cinco años de la desaparición de 43 normalistas y el asesinato de tres de ellos, los futuros maestros se refieren a esa fecha como un día trágico, pese a que aún no pertenecían a esa institución.

A sus 21 años, Alberto Hernández Domingo estudia en la Normal y durante la marcha exige justicia en el caso de quienes considera como sus compañeros: “No buscamos pelea, no cargamos armas ni nada de eso, con nuestra voz le haremos llegar al gobierno estas palabras de que queremos a nuestros 43 hermanos…la gente inconsciente que no sabe, que nunca ha perdido un hijo, va a hablar mal siempre de nosotros, pero nosotros que lo estamos viviendo pues nos duele y queremos la verdad sobre nuestros compañeros”.

La noche del 26 de septiembre de 2014 marcó un antes y un después en la Normal Raúl Isidro Burgos. En las aulas, clases y espacios públicos existen memoriales que hacen referencia a los desaparecidos y fallecidos aquel día. “En la Normal cuando hablamos de 43 compañeros nos metemos en un diálogo más profundo de que damos la vida por la Normal. Ellos (los desaparecidos) quisieran que la Normal estuviera mejor, que la familia estuviera mejor porque ellos llegaron con la intención de mejorar, de mejorar su pueblo”, relata el zihuatanejense Alejandro Valle.

Desde entonces, los normalistas no sólo aprenden a ser maestros y luchadores sociales, también analizan el fenómeno de la desaparición en nuestro país. “El 26 es un momento donde ocurrió una tragedia, donde creemos que no sólo es desaparición de nuestros compañeros, sino más, hay muchas personas que desaparecen y son oídos sordos del gobierno que no quiere entender que nosotros no peleamos sólo por nuestros compañeros, sino que es por todo México”.

A un lustro de la noche de Iguala, sus compañeros no sólo buscan verdad y justicia, al mismo tiempo han sembrado conciencia y ésta ha florecido en memoria.

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