Contra la trata, Brigada Callejera (Ciudad de México)

Humberto Díaz Navarrete/Milenio

La trata tiene similitudes en todas partes. En esto coincide la Alianza Global contra la Trata de Mujeres (Gaatw, por sus siglas en inglés), de la que forman parte más de 80 organizaciones en el mundo que defienden y promueven los derechos de migrantes y sus familias. Entre estas se encuentra el colectivo Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer, con 27 años, cuyo Informe México 2018, de 245 páginas, incluye testimonios de víctimas sobre la connivencia entre instancias gubernamentales y el crimen organizado.

La dedicatoria de Brigada Callejera —organización con domicilio en La Merced, CdMx— homenajea a “las 45 trabajadoras sexuales desaparecidas en 2015 por el narco en Tamaulipas, con la complicidad de autoridades policiacas locales, y a las sexoservidoras desaparecidas en el contexto de la guerra contra las drogas y la trata, de 2000 a la fecha, por quienes solo sus compañeras marchan y protestan en este país”.

Sus voces son diversas. “Somos trabajadoras sexuales, sobrevivientes de trata, mujeres y hombres solidarios que un día encontramos una realidad que nos abrumó por la miseria humana…”. Son originarias de distintas partes, añade el prólogo, Puebla, Tlaxcala, Guerrero, Chiapas, Veracruz y Guanajuato, “migrantes internos muchos de nosotros, y las demás nacimos en Honduras, Nicaragua, El Salvador y Colombia…”.

Las circunstancias las colocaron “en el mismo camino”, como lo ha comprobado el equipo de Brigada Callejera, encabezado por Elvira Madrid. “Hemos podido escuchar cómo de una central de abastos de una ciudad azotada por sicarios del narcotráfico, se organizaron contra las intenciones de varios delincuentes de imponerles cuotas y obligarlas a ofrecer servicios sexuales no deseados a clientes violentos…”.

Pero ni siquiera con la prohibición “por decreto de los table dances” ha desaparecido la trata, añade el informe, y los ejemplos son entidades como Chiapas, Coahuila y Tamaulipas, “donde a gobernadores se les vendió la idea que con dicha criminalización se iba a reducir la violencia de los cárteles del narcotráfico en sus entidades, situación que no ocurrió”.

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El equipo de Brigada Callejera eligió tres lugares diferentes para las entrevistas: La Merced, en Ciudad de México, “la mayor concentración de trabajadoras sexuales en América Latina”; en Tapachula y Huixtla, en Chiapas, el principal punto de entrada de inmigrantes irregulares en México; y Guadalajara, Jalisco.

Lenchita, de 28 años: “Salí de Honduras hace 10 años para venir a México porque mi madre estaba recibiendo tratamiento de hemodiálisis, por lo que no podíamos pagar. El dueño del bar donde encontré un trabajo dijo que debíamos dar dinero supuestamente para sobornar a Migración, policía y autoridades de salud.

“En una redada policial en 2014, solo dos meseras estaban allí, por lo que decidieron tildar a la otra como víctima y me calificaron de presunta culpable. El fiscal ordenó a la otra mujer que recogiera el efectivo, me ordenó que lo contara y tomaron fotografías. Lo saquearon todo (…) Nos llevaron a otro bar con otras meseras. Nos ordenaron que nos desvistiéramos y solo los hombres nos registraron…”

Raquel, de 28 años. “Nací en Nicaragua. En Tapachula, en los bares donde he trabajado, la mayoría de las compañeras están por su propia voluntad. La mayoría de las trabajadoras sexuales son migrantes (…) En Oaxaca he observado una gran cantidad de trata de personas; principalmente menores de edad reclutadas, transportadas y obligadas a trabajar (…)”

Estela, de 60 años. “Nací en Ciudad de México. Cuando tenía 13 solía hacer tareas domésticas durante meses, pero mi patrona no me pagó. Es por eso que acepté trabajar para una señora que me ofreció un mejor salario. Pero ella me mintió. Me obligaron a tener violentamente relaciones sexuales con muchos hombres. Nunca recibí dinero. Estas mujeres formaban parte de un grupo criminal de secuestradores y esclavistas en Texcoco. Logré escapar después de más de dos años (…) Luego, un chico gay me contrató para hacer trabajo sexual en su burdel, en Zamora (…)”

Nadia, de 31 años. “Nací en Puebla. Cuando tenía 15 años hacía boxeo. De repente, después de una sesión de entrenamiento, una camioneta oscura nos interceptó y luego desperté en Sinaloa. Nos mantuvieron en casas de seguridad, con 10-15 mujeres en una habitación (…) Dijeron que las más atractivas de nosotras deberían estar separadas. Nos inyectaban alguna droga a diario; no teníamos ningún control sobre nuestras vidas. Si eres rebelde, allí te torturan. Ahí vi cómo violaron y mataron a otras mujeres. Nos alquilaron por semanas o meses, siempre transportadas con guardias armados a los ranchos de los clientes (…)

“Estuve allí cinco años, hasta que solo tres de nosotras pudimos escapar con la ayuda de una de las mujeres. Después de huir de Sinaloa, viví con un padrote en Tenancingo, Tlaxcala. Él fue violento. Después de muchos años de violencia constante, pierdes la noción de lo que es la vida y el amor, de cómo alguien debería tratarte”.

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El informe incluye el testimonio de la doctora Patricia Campos López, quien durante sus años de trabajo como secretaria del Consejo Estatal para la Prevención y Control del VIH/Sida de Jalisco, policías, autoridades locales y dueños de hoteles, “si pueden”, explotan a las prostitutas.

“Recuerdo que en una casa abandonada en Guadalajara un grupo de jóvenes de la calle vivía como ocupantes ilegales (…) Una mujer adolescente solía practicar el comercio sexual. El oficial de la policía que la arrestó (…) la obligó a darle sexo oral. Cuando se filtró indebidamente la información sobre su estado de VIH positiva, la reacción de la prensa fue de gran preocupación para la salud del policía violador, no para la víctima menor de edad (…)”

En los últimos 15 años, Brigada Callejera asegura que ha promovido la atención primaria a la salud entre más de 15 mil trabajadoras sexuales.

Ha detectado, asimismo, que 75 por ciento empezó a trabajar cuando tenía entre 15 y 19 años edad; poco más de 67, fue objeto de trata con fines de explotación sexual; y 85 por ciento, “sin padrotes”, trabajan para mantener a sus hijos o padres.

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