Listones al viento (desaparecidos en Coahuila)

Texto: Diego Santana; Arte: Taraneh Hemami; Diseño: Edgar De la Garza; Edición: Quetzali García VANGUARDIA MX

Nada se compara con la esperanza perenne de las familias de los desaparecidos. Sus historias son huellas cruciales para la investigación, concientización, y localización de quienes no están. Buscan a sus familiares con sus propios medios aún teniendo todo en contra

Me encuentro en el ‘Árbol de la esperanza’ en la Alameda Zaragoza de Torreón, Coahuila, un municipio norteño de México. Bautizado así por el colectivo de familias de desaparecidos FUUNDEC (Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos) para que pudieran recordar a sus seres queridos que no han vuelto a casa, arrebatados en el día o en la noche, en su camino al trabajo, a la escuela, o incluso dentro de su propio hogar.

“Es en memoria a ellos. Aquí puedo venir a tener un poco de tranquilidad y recordarlo. Algunos están muertos, lo sabemos, pero la esperanza es la que nos hace seguir teniendo fe de que siguen ahí en algún lugar”, dice Ixchel Mireles, esposa de Héctor Armando Tapia Osollo, desaparecido hace nueve años.

Dos niñas llegan corriendo hacia el árbol, una se coloca sobre uno de los pequeños asientos de mármol que se encuentran alrededor de éste, y comienza a mover los listones y fotografías colgados sobre las ramas, buscando a lo que suponemos Ixchel y yo, se trata de algún familiar suyo.

“¿Qué buscas niña?” pregunta Ixchel. “El listón de mi papá”, responde la niña con blusa rosa y dos colas en el cabello. “Ya se cayeron varios, hija, el viento debió habérselos llevado porque no los amarraron bien”, le dice Ixchel.

La niña, callada mientras observa fijamente los múltiples listones y fotografías, se baja del mármol, le agarra la mano a la otra niña y corren de regreso.

El aire debió haberse llevado el listón, pero no fue el viento lo que se llevó a su padre.

HÉCTOR

A Ixchel le desaparecieron a su esposo hace nueve años bajo el techo de su hogar en la colonia Fuentes del Sur. Héctor Tapia era ingeniero civil y gerente durante diez años de la empresa DURSA (Desarrollos Urbanos RIME).

La madrugada del 19 de junio de 2010, Héctor llegó de una reunión y conversaba con su esposa sobre las futuras negociaciones de la empresa, antes de echarse a dormir.

“Se le veía contento y rebosante de entusiasmo a pesar de ser casi las dos de la mañana”, recuerda Ixchel. Ella por su parte, se sentía cansada. Ser nutrióloga, mamá de una adolescente y ama de casa, hacía de su día un ajetreo.

“Mañana me cuentas. Ya es muy noche y estoy muy cansada”, le pidió Ixchel.

Héctor fue a la habitación de su hija, le dio un beso de buenas noches y regresó a acostarse a la cama junto a su esposa. En el momento en que la abrazó y le dio un beso, dos golpes ensordecedores provenientes del piso de abajo arrebataron contra la puerta principal, y con ello, la tranquilidad del hogar.

De un sobresalto, ambos corrieron hacia la puerta de la habitación, y vieron cómo un grupo de hombres armados subían las escaleras con charolas de policías federales en mano. Un hombre portaba una gorra negra con las siglas “PF” (Policía Federal), dos de ellos estaban cubiertos de pies a cabeza y los demás vestían ropa de civil y botas.

-¿Quiénes son?- cuestionó Héctor.

-Somos federales, venimos por ti –le respondieron.

Ixchel sintió cómo le colapsaban los pulmones, y el miedo comenzó a esparcirse dentro de su ser. Los hombres tumbaron a Héctor al piso, le colocaron una bota en la cabeza y mientras le apuntaban con un arma le dijeron:

“Venimos por información. Si tú cooperas, tu familia va a estar bien y tú también.” Seguido de una mezcla de interrogatorios sobre la localización de armas y dinero. Ixchel y su esposo Héctor no sabían de qué hablaban. Después orillaron a Ixchel a una esquina de la recámara y con el colchón de la cama la inmovilizaron completamente contra la pared.

“Yo en ese momento pienso que me van a rafaguear ahí mismo (…), mientras él está en el suelo, a mí me van orillando; me cubren con el colchón, y por un momento veo cómo a él lo están bajando. Van a entrar al cuarto de mi hija, cuando están a punto de abrir la puerta les grito: ¡A mi niña no, por favor!, y en eso dicen ¡vámonos! hay niños, éstos ahorita se despiertan y se arma un pedo”.

Uno de los hombres, el más grande y corpulento de todos, mantenía a Ixchel contra la pared, y con un arma le apuntaba en el estómago.

Cuando terminaron, salieron de la habitación y bajaron. Ixchel volteó e hizo contacto visual con el último hombre que quedaba, el mismo que la sostenía con el colchón, y la única palabra que pudo formular fue “¡Regrésamelo!”.

Por unos segundos, el hombre la vio fijamente y sin decir nada se dio la vuelta y abandonó el lugar junto con los otros. Con la respiración forzada e intentando reincorporarse, Ixchel alcanzó a ver a través de la ventana cómo metieron a su esposo a un carro blanco polarizado, sin placas, y arrancaron sin dar marcha atrás.

Esa fue la última vez que vio a Héctor, y nunca supo más de él.

Ahí comenzó todo, nueve años de búsqueda.

STEPHANIE

Sobre la calle Niños Héroes, al norte de Torreón, vive Silvia Ortiz de Sánchez Viesca, es madre de dos varones y una mujer.

A Silvia le desaparecieron a su hija de 16 años, Silvia Stephanie Sánchez Viesca, “Fanny”, el 5 de noviembre de 2004.

“Ese día como de costumbre, mis hijos salían del colegio, iban a la casa a comer, y luego se iban a sus actividades deportivas del mismo colegio, y pues todo aparentemente normal. Antes de que Stephanie se fuera yo le dije: « ¿Dinero? ¿Quieres dinero?» y dijo:

-No mamá…bueno, sí, dame dos pesos para completar el camión.

-¿Nada más?

-Nada más.

Tengo muy grabado el momento cuando ella estaba cruzando la puerta de la casa y que le dije « Dios te bendiga, Dios los bendiga », se subieron al carro con su papá, porque él los encaminaba a la parada del camión, y se fueron”.

Ese jueves por la noche, un amigo de Fanny, Israel, llegó a la casa de Silvia para preguntar por ella, pues éste le había prestado un discman. Silvia le dijo que aún no llegaba por lo que lo invitó a entrar mientras esperaban, pero Fanny no llegó e Israel se fue.

A las 9:30 de la noche, Israel volvió. La madre se dio cuenta de la hora y comenzó a preocuparse. “No, es que mira sabes qué, ya es tarde, ya se me hace raro”, le comentó a Israel. Era la hora en que ambos hijos ya debían estar en el hogar, “Vamos a esperar a mi hijo Michelle”, dijo Silvia.

El papá llegó a la casa, y minutos después, Michelle habló para avisar que estaba con unos amigos, y pidió permiso para quedarse un rato más.

“Oye, ¿y la niña?”, preguntó Óscar, esposo de Silvia y padre de Fanny. “No, no está conmigo”. “Es que no ha llegado”, respondió el padre. “¿Cómo que no ha llegado? No ha de tardar, papá”.

En ese momento, Silvia sintió que algo estaba mal. “Le dije al amigo de Fanny «No, sabes qué, esto ya no me gustó, vamos a buscarla»”.

No fue hasta la una de la mañana, luego de buscar en varios lugares, que llegaron a casa de Nancy, una compañera de porra del equipo de basquetbol que vivía a dos cuadras de casa de Israel. Allí encontraron el último rastro de su hija.

Fanny había ido al colegio a un evento deportivo de preparatorias, al finalizar, sus compañeros afirmaron haberla visto caminar hacia la parada del camión sobre la calle Juárez al centro de la ciudad. Fanny tomó un camión con dirección a casa de Israel para entregarle su discman, en vista de no encontrarlo decidió regresar a su hogar, sin embargo, le faltaban dos pesos para completar su camión. Fue a casa de Nancy y la madre de ella le prestó las monedas. «Oye pero son las 8:30, ¿sí alcanzas?», preguntó la señora. «Sí, ahorita voy a tomar el camión», respondió Fanny.

La madre de Nancy la vio caminar una cuadra rumbo al camión.

Fanny desapareció en el trayecto. Silvia, supo después que una mujer y un niño, que estaban en la parada, fueron los últimos en verla.

Ahí comenzó todo, catorce años de búsqueda.

CARI

María de la Luz López Castruita, mejor conocida como Lucy, vive en la zona centro de Torreón. Es una mujer casada y tiene tres hijos: un varón y dos mujeres. Su hija, Irma Claribel Lamas López, la menor, desapareció el 13 de agosto de 2008 a la edad de 17 años.

“Mi hija los últimos dos meses estuvo muy rebelde, pero yo les digo que como todos los jóvenes, tenía amistades que no me gustaban, por ejemplo esta señora, Perla, que ya estaba casada, que trabajaba en bares. Era mucho la diferencia de edades. Y pues no. No me gustaba la amistad que tenía con ella”, recuerda Lucy, una mujer de piel cobriza, cara redonda y cabellos con tonos rojizos.

“Cari”, como le dice su mamá de cariño, solía cuidar a los niños de Perla mientras ésta trabajaba, y luego llegaba por ellos en estado de ebriedad a las 3 o 4 de la mañana.

Esto era razón suficiente para que Lucy y Cari discutieran constantemente. Lucy le decía que no le gustaba la amistad que mantenía con ella ni que estuviera haciéndole favores pero su hija le respondía que sólo lo hacía por los niños.

La tarde que desapareció Irma, madre e hija se encontraban solas en casa. Platicaron, comieron y al terminar, fueron a tomar una siesta. Lucy se quedó dormida por algunos minutos y cuando despertó, su hija no se encontraba a su lado.

La llamó varias veces pero Irma no contestó. Lucy se preocupó y se levantó a buscarla.

Dice ahora, casi 11 años después desde que se levantó de su siesta y no vio a su hija.

Era común que Irma se saliera sin permiso. Lucy se desesperaba y se enojaba buscándola pero sabía que siempre volvía. Esa tarde fue diferente. El presentimiento era tan grande, rememora Lucy, que su corazón le pedía a gritos salir corriendo a toda velocidad.

Lucy salió a la calle para buscar de un lugar a otro, a la vuelta, en las esquinas. No halló nada.

Al regresar a su casa se le ocurrió llamar a la línea de taxis que normalmente utilizaban para ver si tenían alguna información. Al contarle la situación a la operadora, ésta pudo dar con un taxista que se dirigió de inmediato al hogar de los Lamas López.

-Señora vaya rápido por ella, porque allá donde la llevé no me gustó. Salió a recibirla una señora muy mal vestida–dijo el taxista.

-¿Cómo que mal vestida? –cuestionó Lucy.

-Pues así como muy muy…” –el taxista no hallaba las palabras adecuadas para describirla.

-¿Provocativa o qué? –dijo Lucy.

-Sí. El taxi le salió en 170 pesos, y nadie le paga un taxi a alguien por esa cantidad, y ella, la señora, le pagó. Su hija llevaba una maleta y me dijo que la habían invitado a trabajar.

-¿A dónde? –preguntó la madre.

-Pues no sé señora, pero vaya por ella.

El taxista le dio a Lucy la dirección donde había dejado a Cari, y junto a su esposo recorrieron de extremo a extremo hacia la colonia Joyas del Oriente, al oriente de la ciudad.

Al llegar, Lucy pudo ver a su hija hablando por teléfono afuera, pero apenas los vio, se metió corriendo a esconderse y ya no salió.

Lucy llamó a la policía. “Ponga una denuncia por secuestro de menor de edad, señora”, le dijeron del otro lado del teléfono. Lucy y su esposo estuvieron tocando la puerta insistentemente hasta que salió un señor que Lucy reconoció. Era el amante de Perla.

-Irma no quiere salir –dijo el hombre.

Lucy y su esposo esperaron casi tres horas, regresaron a la casa porque el esposo le dijo que no podían obligarlos a abrir la puerta. “Al rato vuelve”, pensó Lucy.

“Mira…”, me dice Lucy y me muestra un portarretratos que se encuentra colgado sobre la pared de su casa. En la fotografía aparece Irma con una sonrisa vestida de quinceañera. “Mi chiquita”, suelta Lucy, agarra aire y me dice: “Lloré toda la noche porque vi que no regresó, y luego al otro día tampoco. Y luego yo le llamé al celular, y le sonaba, pero al tercer día su teléfono dejó de funcionar. Apagado. Se perdió la pista totalmente”.

A los cuatro días, Lucy se encontró con Perla en un parque y le exigió que le dijera lo que había hecho con su hija, “Ay no señora, yo no sé dónde está su hija. Ahí estuvo en la casa conmigo y mi novio porque la invitaron a un concierto en Saltillo”, “¿Quién? ¿Quién la invitó?”, interrogó la madre. “Una amiga que conoció en la disco, en ‘Capital’. Vino por ella a la central y dijo que ella le iba a pagar todo”.

Lucy no se saca de la mente que Perla estuvo relacionada con la desaparición de su hija, pues fue quién la mantuvo en la casa de su novio. Fue la última en tener contacto con su hija.

“Se la llevó. Al día siguiente iba a ser el concierto, pero eso sí, Irma tenía mucho miedo y me dijo que le dijera a usted que si no volvía al tercer día, que la fuera a buscar”, le aseguró Perla.

Ahí comenzó todo, once años de búsqueda.

Búsqueda propia

Según el Registro Nacional de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED) del gobierno federal, hay 40 mil 180 personas desaparecidas en el país. De 1998 a 2018, en Coahuila, hay registrados oficialmente mil 779 desaparecidos como Héctor, Fanny e Irma.

Al día siguiente de la desaparición de Héctor, Ixchel Mireles salió junto con un hermano a buscar al río ‘Nazas’ con la esperanza de encontrar a su esposo, quizá golpeado, abandonado por sus captores. Así pasaron cuatro meses. Ixchel se topó con pared cada que acudía al ministerio público. La desaparición no era considerada como un delito en México.

Se unió a Fuundec en junio de 2010 y junto con otras familias, salió a la búsqueda de su esposo y a exigir los derechos de las personas desaparecidas.

Lo mismo pasó con Silvia Ortiz. La falta de avances la llevó a emprender sus propias investigaciones, con sus propios métodos.

En mayo de 2013 nació el grupo VIDA (Víctimas por sus Derechos en Acción) con Silvia como representante. Son 180 miembros, 180 familias con al menos un ser querido desaparecido.

Silvia ha tocado puertas en distintos estados del país y ha caminado cientos de kilómetros sobre el desierto de Coahuila para la remoción de tierra: en decenas de búsquedas han encontrado 24 zonas de exterminio donde han hallado cientos de restos óseos calcinados.

Lucy López tardó casi un mes en poner la denuncia, pues tenía la esperanza de que su hija volviera. Nunca pasó.

“Se fue con el novio, se fue de loca, anda de borracha”, era lo que le decían los ministeriales para no buscar a su hija. “Era un tiempo cuando las autoridades eran aún más omisas que las de ahora”, lamenta Lucy.

Lucy buscó por su cuenta. Sola. Después, por la falta de apoyo y de motivación dejó de creer en las autoridades y decidió alzar la voz en las redes sociales.

En enero de 2019, Lucy abrió su propio colectivo llamado ‘Voz que clama justicia por personas desaparecidas’ que se encarga de la búsqueda en vida, búsquedas terrestres y visitas a penales.

Ellas han dejado de sentir miedo, han dejado de lado su bienestar físico y emocional, saben que si ellos no buscan, nadie más lo hará. No, no es normal que el viento nos desaparezca. Esa es la realidad.

“Algunos están muertos, lo sabemos, pero la esperanza es la que nos hace seguir teniendo fe de que siguen ahí”

Ixchel Mireles, esposa de Héctor Armando Tapia Osollo, desaparecido hace nueve años.

“Pienso que me van a rafaguear ahí mismo (…), mientras él está en el suelo, a mí me cubren con el colchón y veo cómo a él lo están bajando”

Ixchel Mireles, esposa de un desaparecido .

“No, es que mira sabes qué, ya es tarde, ya se me hace raro. No, sabes qué, esto ya no me gustó, vamos a buscarla”

Silvia Ortiz, Madre de Stephanie Sánchez Viesca desaparecida hace 14 años.

“Lloré toda la noche porque no regresó.Y llamé al celular, y sonaba, pero al tercer día su teléfono dejó de funcionar. Apagado. Se perdió la pista totalmente”

Lucy Castruita, Mamá de desaparecida hace 11 años.

“Mi hija tenía amistades que no me gustaban, como una señora, que trabajaba en bares…”

Lucy Castruita. Mamá de Claribel Lamas López desaparecida hace 11 años.

“Fui a su recámara y encontré el cuarto solo. Lo encontré muy vacío. Te digo muy vacío porque se sentía. Se podía sentir esa ausencia.”

Lucy Castruita. Mamá de joven desaparecida hace 11 años.

“Señora vaya rápido por ella, porque allá donde la llevé no me gustó. Salió a recibirla una señora muy mal vestida”.

Taxista. Última persona en ver con vida a Claribel Lamas López

“Se fue con el novio, se fue de loca, anda de borracha. Ponga una denuncia por secuestro de menor de edad”

Policías Ministeriales que atendieron el caso de Claribel, desaparecida desde hace 11 años.

BÚSQUEDA INCESANTE

Familiares y distintos colectivos se unen a la exigencia de recuperar a sus seres queridos. Desde el cambio de Gobierno Federal se han manifestado por tener acceso a una justicia imparcial y mecanismos de búsqueda.

¿Dónde están? No, no es normal que el viento nos desaparezca. Pero no hay justicia ni noticias para quienes viven este calvario.

Sin respuesta. Lucy López tardó casi un mes en poner la denuncia, pues tenía la esperanza de que su hija volviera. Nunca pasó.

1,779 desaparecidos en Coahuila últimos 21 años.

180 familias pertenecen al Grupo Vida, con al menos un familiar desaparecido.

https://vanguardia.com.mx/articulo/listones-al-viento